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lunes, 30 de noviembre de 2015

ORACIÓN DEL INSOMNE

Michael Cheval© - Earth, Wind and Fire

En el nacimiento de la luz hay un llanto invisible.
Durante el transcurso del viento, por las noches,
las almas yacen desoladas y no se acompañan.
La mente entonces rehace la realidad
reuniendo los pedazos del día en un rompecabezas.

Algunos duermen, otros solemnizan recuerdos
y hay quienes esconden sus manos en sus sexos
para descontaminarlas de esa polución cotidiana
de mundo que no los deja en paz y les monta
y desmonta engranajes de relojes y sangres.

Los hombres pensamos en las mujeres deseadas,
las mujeres en los hombres deseados siempre
hasta lograr una evaporación por fin unánime.
Arte de triturarnos para lograr la libertad
tan ansiada por todos nosotros. Amén.

Amílcar Luis Blanco ("Earth, wind and fire", oleo sobre lienzo de Michael Cheval)

LOS HERMANOS MACANA EN SEVILLA - FELICIA

Los Hermanos Macana - Desde El Alma (Magnificent Dancers)

LOS HERMANOS MACANA EN SEVILLA - RELIQUIAS PORTEÑAS

domingo, 29 de noviembre de 2015

CONFESIÓN (Soneto tangueado)



Era santa y guardaba virtudes de María.
Pero mis manos luego, mi corazón no obstante,
mis labios, mis palabras, aviesos a su instante,
cayeron sobre ella como la luz del día.

A su mirar cetrino, a su boca, volvía.
La turbia claridad de su semblante
inspiraba en mi cuerpo una actitud rampante,
cuerdas de una amorosa sinfonía.

Físicamente nunca fui su amante.
Tracé y pinte su sombra en tela blanca
delineando la luz que la bruñía

y en su turgencia ebúrnea y restallante,
abrí una roja rosa y un niño sobre su anca
y apagué mi delirio allí donde esplendía.


Amílcar Luis Blanco ("Madonna of the stairs", oleo sobre tela de Cesar Santos)

viernes, 27 de noviembre de 2015

ACOSADO




Ese jugar de niño entre cielos y suelos,
inspirado en historias fantásticas tenía
el singular estilo de eternidad sin duelos,
la potencia otorgada por la salud del día.

No había quien pudiese correrme de mi calma.
Nadador que pudiese nadar en mis corrientes.
Realidades y sueños construían la historia
que hoy en cambio me tiene sin cesar acosado.

Y acosado los ojos se me llenan de alma.
Como si nada hubiera en la fatal memoria.
Metido entre silencios, los párpados cerrados.
Y tras ellos los días circulares, de noria.

Y Superman y Batman y Tarzán, los delirios.
Aquéllas historietas en papel, celuloides
proyectando fantasmas de luz y de martirios,
se han ido para siempre, vengadores y androides.

Acosado quisiera volver al hombre  sueño.
Estar sobre una roca bajo un quebrarse de olas.
Como un ángel desnudo  de perfil aguileño.
Darle tregua a las alas en un refugio a solas.

 Preñados de absoluto mis ojos y, gregario,
deteniendo los autos, las densas muchedumbres,
en un peregrinaje que formase costumbres
de darle a nuestras vidas la preñez del sagrario.

Quiero decir amarnos haciéndonos posibles,
haciéndonos sagrados mientras la muerte quiera
convertirse en razones y artículos visibles
en los supermercados o aguantar en la espera.

Debajo de los trenes, camouflada de masa,
adentro de las sombras y de los souvenires.
Porque  el sigilo tensa su arco cuando caza,
cuando pisa la hierba tras el miedo que pasa.

Acosado ya siento crecer el superhombre.
Ese ángel que Nietzsche sacó de sus palabras.
Ya me urgen en la sangre turbias velocidades.
Ya Hollywood me unge de efectos especiales.

Amilcar Luis Blanco (Pintura de Nicolas Guy Brenet)

martes, 24 de noviembre de 2015

PARA LLEGAR A LA ESPERANZA




Habrá que dejarse de joder con tanta huida.
Habrá que dejarse de joder con tanta muerte,
tanto desasosiego, tanto andar distraído sin quererse.
Y este lidiar con el maldito miedo, con esta inadvertida desgracia mal parida.
Para llegar a la esperanza siempre habrá que dar manos y ojos,  dar la vida.
Hurgar la oscuridad, buscar en lo insaciable de la sed
y hacer el hoyo
en el fangal pantanoso de la hipocresía
donde todo se hunde y desaparece.
Perforar los contornos de la luz,  los volúmenes del espacio, 
sin densidad.
Habrá que ser así nomás, como se es sin ser a veces.
Usar más las manos para tocar y acariciar, los ojos para ver, 
la vida para sentir.
Y derrumbar la mentira.
Y desenterrar la verdad como una antigualla oscura,
muchas veces rehén de la opulencia. 
Pero actuando en pos de la ilusión, 
como quien milonguea ebrio en una noche clara.

Hay gotas de cristal y de colores,chafalonías que nos detienen,
agitándose en las muñecas de las mujeres que florecen desde los deseos sin ser ellas jamás,
escabulléndose.
Y hay también un brocal al que me asomo
a verme en el espejo de su fondo de sombra. 
Lluvias que me arrebatan del olvido.
Hogueras de nostalgias con llamas que evaporan mis ganas.
Vienen en caravana y repetidas desde ese no ser en el que somos. Desvanecen la paz que atesoran mis sueños.
Ensombrecen praderas de esperanza. 
Por eso habrá que dejarse de joder
con tanta huida,  tanta muerte, tanto disimulo,  tanta sombra, 
tanta, tanta, tanta.
Y darle a la memoria, darle y darle, como a la rueda de una noria.
Para llegar de nuevo a la esperanza, para llegar indemne a la esperanza.

Amilcar Luis Blanco ("Esperanza", pintura de Agnes Mateu)

sábado, 21 de noviembre de 2015

MI SOLEDAD, MI PRIMAVERA


Salgo de habitaciones,
entro en habitaciones.
Busco sin encontrar.
Encuentro sin buscar.

Este desasosiego,
lábil como el deseo,
zumba en mi soledad;
abeja en pos de flores
en polución de polen.

Hallazgos, pérdidas.
Lluvia de origen;
monedas de agua,
reflejos de plata
sobre asfaltos y empedrados.

Mi soledad seca los rincones,
las graderías y cornisas.
Asciende rauda
en los vuelos de los pájaros
y escuece y pica.
Y llama mi deseo, hecho primavera.

Mi soledad alberga mi primavera.
Se mezclan los contrarios.
La muerte, el nacimiento.
La semilla acogida,
nutrida por la vida
y ese viento procaz
henchido en polen.

Amilcar Luis Blanco ("Primavera", oleo sobre tela de Sandro Botticelli)


miércoles, 18 de noviembre de 2015

CANTO CONTRA LA GUERRA (En octavas reales)



La dura guerra que hoy  París  emboza
y anónima camina en los viandantes,
tiene rostro de humilde o de raposa,
múltiples cuerpos tiene y coribantes
moviéndose en unánime y cuantiosa
muchedumbre de arrestos excitantes;
enferma en paz de una intención aviesa
por la muerte guionada en su torpeza.

La muerte así, maestra de la vida,
nos viene a dirigir. Su directorio
toca a rebato, cunde a despedida.
Sus compases culminan en velorio,
terminan en extática partida,
no de laurel sino de crematorio.
No hay en el mal morir ninguna gloria,
sólo el funéreo fin de toda historia.

Junto al sonar de balas y misiles
queda el llorar de huérfanos y viudas,
las innúmeras trampas de los viles
vivas están, sin lágrimas, más rudas,
y más oscuras, hueras y serviles
y cínicas y horrendas y desnudas.
Por eso hay que borrar todo vestigio
de ver en armas huellas de prestigio.

Que no sea el llorar, el luto amargo,
lo que oriente el designio de vivir.
Sólo el amor dará, su dulce embargo,
el fruto que podremos compartir.
En él debemos fiarnos del encargo
de obtener un seguro porvenir.
Disfrazada de vida y  siendo  tierra
dejemos a la muerte sin su guerra.

Dejémosla, sufriente y fiel raposa,
serpiente, deslucida, detonante,
perderse en el delirio de su fosa,
en su razón anfibia y repugnante,
socia de la ambición que no reposa,
diestra en la nada, sucia, zigzagueante.
La muerte jamás abre algún camino
y cierra sin cesar cualquier destino.

Amílcar Luis Blanco (" The Ghost of madness", pintura de Edward Munch)

domingo, 15 de noviembre de 2015

PARIS DE LUTO



Que no venga la muerte a decirnos qué hacer.
Alguien lloró de nuevo una vez y otra vez,
no hubo luto que lo cubriera,
lloró de miedo, lloró de impotencia,
lloró por el otro, por el que supo muerto
y le arrancaron de su entraña cordial, de su costado,
en la París llena de policías,
llena de coches bomba, de hipocresías
y de extrañas cavernas abiertas en la noche
y abiertas en los días de las armas tenaces
que reparten la muerte en balas y misiles,
observable en pantallas y digitalizada por los ordenadores.

Los señores, con Francois Hollande a la cabeza,
bebían ávidos de ojos las gambetas y los pases
de sus jóvenes futbolistas disputándole a los alemanes,
en un encuentro de iguales, las glorias transparentes
del deporte,
cuando comenzaron a explotar las bombas y los disparos de metralla
como si fueran carnavales en la noche cóncava.
Y las sirenas y los miedos poblaron la incandescencia de París.
Carámbanos de horror se clavaron en  la espina dorsal de su molicie,
de su paz; esa aurora nocturna que inspirara a Vallejo y a nuestro buen porteño Julio Cortázar y al hilarante Woody Allen.

Bajo la torre Eiffel y el Arco del triunfo, en los Campos Eliseos,
en el Centro Pompidou, en los jardines de las tullerías,
en el corazón de la vida de la latiente Lutecia, 
la muerte se encarnó; intrusa e invisible, pero también masiva, 
en tren de estrago múltiple.
La muerte enmascarada, disfrazada de todos, de cualquiera.
La muerte que no tiene ni domicilio fijo, ni bandera
y anda y camina y se sienta en las butacas del Chantecler,
en el café restaurante Les deux magots en Saint Germain des Pres,
en un lugar cualquiera de la París de siempre que recibía a todos
con la igual complacencia de  sus maidemoselles y sus bondades,
llegó la muerte, de ese modo traidor y desmedido. 
Junto a ella y su hoz sus compañeros, la desgracia, el dolor, 
la tragedia y despedida
de inocentes corderos, gente desprevenida, gente, seres, nosotros,
todos, que para sernos, después del sufrimiento, humanamente buenos,
tendríamos que luchar contra tanta hipocresía, semejante y hermana,
como dijera Charles Baudelaire; hija del tedio la condición humana. 
Aprovechar la luz y despertarnos y vernos y querernos desprendidos.
Y no a través del llanto. 
Y no a través del miedo.
O bajo cielos sucios por  angustias de ecuménico imperio
que apartan la poesía, los lirios de la niebla o de la lluvia.

Abiertos de alma siempre y desprendidos, iguales a los pájaros
que han repartido siempre y reparten sus nidos, 
quiero decir calores y latidos.
Dóciles a nosotros, solamente hacia el pan, hacia el abrigo,
hacia el cariño fiel y sucesivo. 
Produciendo las mieles para endulzar las vidas.
Respetando los sueños que van a las mezquitas, sinagogas o templos como a las catedrales, pidiendo únicamente recíprocos respetos 
y si otros no los cumplen que vivan en sus sitios.
No quebrar con las armas la paz, el cielo, el viento.
Ni levantar murallas, paredes, en torno a hombres, 
niños, niñas, mujeres, llamarlos refugiados ¡Refugiados! ¿De quiénes? ¡De otros hombres, niños, niñas, mujeres!
Nuestra tierra es de todos. Y en todo caso todos somos los refugiados. 
Vivámosla en conjunto, 
sintiéndonos iguales.
Que no venga la muerte a decirnos qué hacer.

Amílcar Luis Blanco  (Fotografía de uno de los atentados terroristas en París el viernes último)

En realidad la irrealidad





En realidad la irrealidad,
las páginas del tiempo,
ebrias en la soledad.

En realidad lo número,
lo enhiesto, 
huesped de la inquietud.

Como quien no quiere la cosa,
como el ido que continua
yéndose.

Yéndose contra todos
¿digo o miento?
hacia la irrealidad.

Quiero arreglar las cosas
y no siento
que haya realidad.

Angustia el no saber.
El siento.
Saber del no saber.

Amilcar Luis Blanco (Pintura de Salvador Dalí)

jueves, 12 de noviembre de 2015

AMOR SECRETO




Nadie que venga conmigo
sabrá que vengo a verte,
a visitarte,
desde un galope o trote
amigo.

Y que traigo un silencio
en cada mano,
en cada pie,
traigo un silencio.

Oirá el rumor del agua,
lo agitado del viento
y ese roer lo oscuro
de la noche
del grillo.

Topará tu esperanza
de brazos alargados
y llegará al espacio
de tus senos
sin frío.

Nadie cuando te visito,
aunque esté a mi lado,
está conmigo.
Sólo yo.

Sólo yo que te amo
estoy contigo
por este amor secreto,
bien venido.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Giovani Boldini)

martes, 10 de noviembre de 2015

TUS LABIOS




Para irme a dormir quiero cada vez
que la noche se abra,
pero también tus labios.

La pausa de tu risa o tu sonrisa,
tus manos como aves,
pero también tus labios.

Para irme a dormir y no quedarme
sólo con el sueño,
hechos de soledad, quiero tus labios.

Para estarme muy quieto,
muy despaciosamente,
esperando tus alas y tus pétalos.

Esas orillas gruesas de tu risa,
muelles de los cansancios
que me dan en la boca.

Para el mar de la sangre que golpea;
olas tibias y frías
contra los bordes de mi vida.

Tus labios solamente,
aunque besen o tiemblen
quiero tus labios.

Amílcar Luis Blanco (Fotografía de Marilyn Monroe)

viernes, 6 de noviembre de 2015

LOS DETENIDOS DESAPARECIDOS



A la cartelera de los días vuelven los muertos abandonados.
Ellos pisaron sus ansiedades iguales a sus sombras 
desde sus amaneceres.
Se fueron al mañana del ayer para  estar en un hoy
que alargarán todavía hasta que nuestros días duren.
Nos han pasado por alto saltando los tapiales que separan los patios,
los domésticos fondos de las casas, del tamaño del grito de nuestras madres
llamándolos, llamándonos, clamándolos, clamándonos, 
para tomar la leche de la buena ventura.
La buena leche de los buenos días que nutrieron esperanzas y alimentaron nuestra buena fe.

Los detenidos desaparecidos tienen ahora sus domicilios 
en sus epitafios sobre el mármol.
Y nos miran pasar desde nuestros recuerdos que, 
quienes más, quienes menos,
llevamos dentro de nosotros junto al bochinche de la ciudad y los pájaros.
Y en los ladridos de los tristes adioses que dan los perros a la noche
ellos parecen agitar sus manos para no despedirse mas de nuestras nostalgias.
Allá pasa una madre con su Juan Dulzura de la mano, 
Pedro Bondad llevado por su  abuela, Honesto Ernesto,
llevado por el otro y cada uno sufriendo su porción de humanidad faltante.
Y algunos sin recordar a nadie, imaginando rostros sin rostros,
y cuerpos sin cuerpos que la muerte propone a la morbosidad de los extraños.

Pero paseando al fin leyendo igualmente nombres y fechas, viendo cruces,
sosteniendo las cuerdas que dan hacia el abismo;
cotidianos y livianos andamios levantados junto a la cósmica desgracia.
Porque el enorme parque junto al Mar Dulce, el aleonado río, es el camposanto; encuentro de la ciudad y el tiempo;
algo así como el patio de una iglesia que no termina nunca
e interna su horizonte en las tinieblas del misterio, siempre irredento.
Los vemos en hilera en Santiago de Chile, en el Quito  Ecuatoriano, en la Montevideo uruguaya
y en este aquí de Buenos Aires, Argentina, Parque de la Memoria en Costanera Norte.

Ya ciegos para ciegos contra ciegos en ceguera total en los ocasos.
Ya ciegos para ciegos contra ciegos en la ceguera suelta y sin remedio.
En la nada sin nadie, la perfecta, desprendida del miedo.
Tal la mano del muerto recién agonizante en una mano amada hasta hace un momento.
Y ahora vagan enteros siendo  cuerpos sin cuerpos, un recuerdo de cuerpos que llaman desde adentro
porque fuera del mundo y de nosotros se han quedado para siempre sin tiempo.

Amílcar Luis Blanco (Fotografía del Parque de la Memoria en Costanera Norte en Buenos Aires, Argentina)

martes, 3 de noviembre de 2015

UNA MUJER CUALQUIERA







Una mujer cualquiera, una mujer,
que carga el día de la noche a la mañana,
junto a la bolsa de las compras,
pesada de preguntas sin respuestas,
de pobrezas pasadas, actuales y leyendas
que vendrán con la novela de la tarde
como barcas que se acercan a la bahia
de su silencio expectante
mientras los pies le duelen de apuradas caminatas y la piel en las manos, en el rostro, se le aja, epidérmica, de otoños cayéndole y de inviernos torciéndole lo esbelto como el viento dominante que ha pesado sobre ella con destinos adversos.

Una mujer de ruleros recién sacados
o todavía puestos, negándose a la coquetería
porque la aguardan, en sus puestos de mesa, en sus balcones y sus lechos,
sus amores sin discusión y a los que debe plancharles
decorosas apariencias que invisibilizan sus vidas
y todavía también poner a hervir las papas dentro de los minutos,
barrer de los rincones nostalgias a pedazos y lutos hechos polvo.

Esa mujer cualquiera nos atraviesa el alma,
nos dá en el corazón con vendavales de sonrisas y alientos
y esconde sus reveses de asfixias y de llantos.
Ella abre los créditos a nuestras vidas para que hijos, padres,
abuelos, hermanos, vagos, trabajadores y aun villanos
jamás nos endeudemos como zánganos,
hartos de sus amores tantas veces, con tan poca justicia, cuando deberíamos sin duda, inclinarnos al borde de sus vientres, al lado de sus pechos, con labios temblorosos, rezar agradeciendo sus amores, para que nos den esa primera y última palabra, madre, mamá, porque por ella entramos y salimos  del plural y fatídico universo.

Amilcar Luis Blanco (Pinturas de Wenceslao López Guerrero, Diego Velázquez y Albert Gleizes)

Femmes-cousant-(A.Gleizes-1881)