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martes, 25 de octubre de 2016

EL TIEMPO





El tiempo
convertido en viento,
en lluvia o en sequía o lo que fuere,
golpea las ventanas.
Golpea también mi corazón,
o sea mi víscera de sangre
que parece un trapo rojo palpitante.

Mis manos lo sienten
deslizándose entre sus palmas vacilantes
y mis ojos sientan sus volúmenes transparentes
tras la ventana que el viento sacude
para verlo achicándose
llevado por  ráfagas de instantes
cada vez más lejano.

En realidad el tiempo castiga mis maneras
y reduce mis tretas a despojos
por pretender en vano ignorarlo.
Se viste con mis pretensiones y las gasta
como yo gasto ropas y zapatos
y demuele mi cuerpo muy minuciosamente
hacia todos sus puntos cardinales.

Ejerce sobre mis ilusiones
y la dimensión de sus posibilidades
el oficio del carpintero o el luthier
que corta, lija y encola las maderas
hasta convertirlas en muebles o violines
destinados al uso promiscuo y arbitrario.

Pero a veces encolerizado
sin comunicar sus motivaciones
estalla hecho tormenta,
erupciona, revienta
y muestra sus genitales a flor de tierra
u orina tercamente para ahogarnos,
o avanza hecho tsunami
sobre nuestra vasta e intensa mansedumbre.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Salvador Dalí)

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