
La libertad del pobre es un cielo imposible.
Un vacío sin nadie, y duele en las costillas
y engaña, despiadada, con vanas apostillas;
ilusiones, engaños y sino inextinguible.
Luchar contra el deseo más ubicuo y terrible.
Y estar bajo las penas ásperas y amarillas,
entre necesidades que clavan sus astillas
sobre cuerpos y almas, hace al mundo invivible.
Sin salida y sin fe el alma desfallece.
Y cuando digo el alma quiero decir el alma,
esa luz hecha de alba, de claridad que crece
libre hacia un firmamento de contagiosa calma
y que en su extrañamiento convidarnos parece
a superar las burlas que la ilusión ofrece.
Amílcar Luis Blanco (Pintura de Oswaldo Guayasamín)