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jueves, 31 de marzo de 2022

LA ABEJA REINA

 

 


 

Buscando en lo visible lo perverso

de tu alma invisible entre el gentío,

quizá los pliegues densos, el anillo,

de tu atezado sexo;

en una Disco, en el altar del fuego, del alcohol,

en el sitio de todos los no encuentros,

donde el arduo rock o el pesado metal

de lo tamborilleante y percusivo abochorna.

En los baldíos de la soledad,

en el roquedal de los corazones muertos,

quiero decir con pulso mas sin alma,

en el jardín de las flores efímeras que entregan

su pizca de eternidad, su silicio de polen

 

Quiero decir donde los labios florecen

para atrapar los insectos y las volutas del tedio

y las bruñidas copas de los senos se muestran

para brindar contra ellas ansiedades urgentes

y las rodillas y los muslos suaves

relumbran en el frío resplandor de las horas de humo.

Quiero decir en el desierto, en el destierro,

en las arenas de los camellos sin sombras, sin oasis,

sin aguas reflectoras que refresquen

las gargantas quebradas y las lenguas partidas

por una sed ya sin destinatarios, que se ha marchado,

sólo acompañada por la fuerza del viento.

Allí te encontré, junto a los fuegos puros de los deseos

y las sombras transformadas en ciegas transparencias

y tú no eras una de ellas sino la única, la reina.

 

Sombras transformadas en ciegas transparencias

te rodeaban, agolpadas volaban a tu encuentro,

traspasadas por aristas y por distancias que no cierran

porque abandonan y abarcan horizontes imposibles.

Pero en el encierro en fin, en la alcoba, en el encuentro,

en la cópula de las corolas de terciopelo,

parpadeantes y absorbentes como terrores lúcidos

abrazando los falos o los nudosos tallos penetrantes

para que tú permanezcas aún en el centro de la utopía,

prometiendo un amor imposible, hecho de eufemismos sin fin,

de concatenaciones de oquedades que suenan

engolfadas en el rumor oceánico de las caracolas.

Para que tu permanezcas desde todos los rincones del tiempo

en el zumbido agraz de la rumorosa colmena.

Mires, observes, desde pretéritos y porvenires,

desde húmedas escolleras sin nadie,

pero sobre todo desde la soledad hecha de angustias

y desde sus oscuridades violetas que flamean

nuestros destinos de zánganos portadores del néctar

en las oscuras calles de espectros sin rostros.

Tú haces sonar en tono de ululado y aullido

la honda vagina resentida del sarcástico nido,

la usina, la fábrica de mieles, los ácidos consútiles

de la real jalea de la ilusión y en ese aroma

se alimentan sin mengua las fieles larvas hechas de nosotros.

 

Amilcar Luis Blanco