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lunes, 24 de diciembre de 2018

LA CHARLA POSTERGADA



La imagen puede contener: 2 personas, incluido Fernando Marcelo Blanco


Una conversación los dos comprometimos
al borde de la nada, charla en la eternidad
como solíamos, sólo por aventar la soledad.
Un sueño solo en el que  nos mentimos.

El sueño, padre muerto, adonde fuimos,
obviando la ceniza que dejaste y la edad,
se pobló de tu rostro, tu voz, y una ansiedad
extraña entre nosotros nos llamó y la rehuimos.

Tus versos anegaron las cuencas, los  detalles,
de una impar biblioteca en la que anduve a tientas
buscándome en tus versos como si fueran calles

de una ciudad ahogada en celosas tormentas,
salvado por historias y poemas y mentas
surgidas de tu altura montañosa y tus valles.

Amilcar Luis Blanco (Foto familiar, año 1949. De izquierda a derecha, mi padre, yo y mi madre)

Soneto a la muerte de mi padre




Se me irían los huesos en el llanto
si pudiera llorarte, si pudiera,
padre muerto, encontrar una manera
de vivir tanta muerte, injusticia y espanto.

Es injusta la muerte porque pone su manto
sobre lo ya vivido, y lo que era
se sume en el olvido, y en la espera
del venidero instante agoniza el encanto.

Hoy tu postrer mirada es recuerdo y ceniza.
Es memoria latiente tu azorada sonrisa
dirigida a nosotros, tus hijos, padre muerto.

Pero ahora en nosotros vivirás. Y ya cierto
sonreirá tu alegría de cielo entre la brisa 
joven, de nuevo joven, y poeta y despierto.

Amílcar Luis Blanco (La casa familiar en América que mi abuelo hiciera construír en 1928)