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sábado, 30 de marzo de 2019

LOS VIVOS Y LOS MUERTOS.





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En la ciudad vacía nadie nos dice nada.
Hay una ausencia loca de cielo y de mirada.
Un mural la contiene. Su soledad nos grita
y a cada paso pide nuestra mortal contrita.
Nos pide leer siempre la acendrada frescura
de muertos y de vivos codeándose en la oscura
claridad de sentirnos. La densidad del viento
nos llama cada día con renovado aliento.

Si tú, mi semejante, no puedes ser el libro,
y yo, tu semejante, tampoco tu lectura,
los dos equivocamos la huella en la llanura
de esta vida que a penas en mi pecho equilibro.
De esta vida que a penas tú también equilibras
y late en el costado de hondura del instinto
y huele  a mar remoto dentro de un laberinto,
a una sal libertaria que se abre donde vibras.

Todos somos historias azarosas, escritas
sobre el leve soporte de un tiempo que escabulle
lentas eternidades que el olvido destruye.
Todos somos las presas de las letales citas
con la muerte escondida, cazadora y silente.
Y su hoz nos persigue con denodado anhelo
desde la tibia cuna hasta el helado duelo.
Su filo nos acecha tenaz y sedicente.

¿Dónde queda la vida? ¿Dónde lleva la muerte?
Recogíamos uvas con mi padre en febrero
y mi padre era joven y potente y señero
y bajo aquél parterre era su torso fuerte.
Sus manos sostenían uvas verdes y rojas-
Yo niño y orgulloso andaba en la cosecha
sosteniendo las vides de la madura fecha.
Mi padre hoy es cenizas y mis manos son flojas.

¿Cómo pasa la vida? Te hablo y no contestas.
El viento mueve ropas tendidas, mueve copas.
Debajo del invierno, de las sombrías rocas.
Pero jamás respondes. Las espumadas crestas
de las olas repasan el viejo itinerario
del mar y te pregunto y nunca estás. La noche
vendrá trayendo espectros que pasean en coche
y esplenden en el humo de la ciudad calvario.



Nos corría la tarde. Sentados a la mesa,
con mi padre y hermanos charlábamos recuerdos,
mezclábamos imágenes de locos y de cuerdos
y lo mismo de ausentes. La enjundia y la sorpresa
poblaban nuestras mentes de llanas alegrías.
Ahora sólo hay ecos y en nuestros celulares
que grabaron momentos ya no somos los pares.
El tiempo en huracanes nos desquició los días.

El tiempo tiene días de vivos y de muertos.
Ausentes muchedumbres pasan a nuestro lado
y todavía vivos. distraídos desiertos
nos reclaman y entramos en un mundo prestado.
No acertaremos nunca al cristo de la frente
el dueño de la mano que nos propone el alba
y levanta en nosotros la fe de lo presente.
la enhiesta maravilla a la que pintan calva.

¿Volveremos un día a reunirnos? No creo.
¿Acaso me escuchaste? O está tu boca muda
lejos de la ceniza y lejos de la duda
en altas dimensiones sin límites ni arreo.
Los muertos y los vivos en la ciudad  conviven
alientan en el viento inaudibles, cautivos.
Y se tocan las manos y las almas y exhiben
la costa transparente del tiempo, pero altivos.

Altivos todavía mientras los recordemos,
mientras estemos vivos y haya junios y eneros
y haya fechas macabras y los antiguos demos
justifiquen los días libertarios y enteros.
Y funden rebeldías contra las mezquindades,
contra el antro del miedo y las desesperanzas
donde quemaron naves en guerreras edades
y  perdieron sus vidas contra espadas y lanzas.

Los muertos que regresan en íntimos augurios,
en domésticas grutas, en sueños y memorias,
que fueron los ejemplos inocentes y espurios
hombres, mujeres, niños, envueltos en sus glorias.
Fueron nuestros amigos, compañeros de viaje,
parientes en festejos luctuosos o entre risas
Hoy sólo son fantasmas, doliente maridaje
de recordarlos vivos sabiéndolos cenizas.

Amílcar Luis Banco

viernes, 15 de marzo de 2019

UNA MUJER



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Una mujer saliendo de sí misma, de sus lazos.
Desde la veladura de la niebla.
Desde un vapor espeso que se puebla,
de un cuerpo hacia la luz sobre sus pasos.

Una mujer agraz, de ardientes brazos.

De altivez y dulzura, sin tiniebla
ensuciándole el ceño donde amuebla
la paz del bosque confortables trazos.

Una mujer con faldas de torrente,

desconocida, anónima, potente.
Cabellera de ríos en deshielo

me inspiró este soneto desde un cielo,

cayéndose de mi alma, de una fuente
oval y vertical y de desvelo.

Amílcar Luis Blanco

jueves, 7 de marzo de 2019

QUIEN



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Quien se disfraza de ángel.
Quien de nadie.
Y quien con alma rota y apellido
o con el cuerpo roto y alma rota
deambula por las calles sin sentido
o se pone a dormir ya sin sus alas
sobre dolores, vanos o barandas,
como si fuera un pájaro cansado.

Y la ciudad se yergue a sus espaldas
como un gigante  turbio que despierta
juntando sus pedazos,
juntando sus iglesias y sus plazas,
sus edificios de quinientos pisos,
sus canteros y lobbies
y sus atrios que esplenden con las lunas
y abren en jardines sus espacios. 

Quien se ha  vuelto ya loco.
Quien no sabe qué pasa.
Quien se pasa.
Hay alguien y son muchos
los que andan.
Otros quienes
tirados en los atrios y en los lobbys
de iglesias y edificios
sin picaportes ni casas.

Hay llamadas al aire,
enloquecidas,
mientras el viento vuelve por las calles
y revuelve las hojas y los nidos
con sucia indiferencia como siempre
afectando soberbias transparencias
y glándulas y flemas e indecencias.

Todo se va saliendo de su madre.
El mundo deshilacha sus cables y sus ruidos.
Estoy pensando en las ventanas  solas,
en las puertas cerradas que se han ido
y en las bocas calladas;
en los cuerpos menudos o membrudos
oreandosé en la rancia 
muda de la intemperie.

 Estoy pensando acaso
en el acaso mismo,
en el desfiladero de los muertos,
vivitos y coleando en este sufridero
de la ciudad que truena
como un montón de piedras
cayéndose al abismo
y en lo escaso de las vidas que restan,
en el acaso mismo y en la escasez creciente.
de las vidas restadas en la ciudad solvente.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Diana Dowek)