
El bandoneón sombreaba el blanco de la siesta.
Rayaban las palomas espacios y distancias
y desde la pradera llegaban las fragancias
de la llanura insomne y la arbolada enhiesta.
Los violines coreaban melódicos la orquesta.
El tango respiraba desde fuelles sus ansias
de sentimientos rudos y en pálidas estancias
describía desdichas, pasiones sin respuesta.
Desde un espacio ausente el gato me miraba
y desde el claro cielo los gritos de los teros
quebraban los compases como agudos aceros
que hirieran la armonía allí donde se alzaba.
Mientras, el sol movía su hoguera y la dejaba
parpadeando en el centro de espacios venideros.
Amílcar Luis Blanco (Pintura de Gustave)