
Una conversación los dos comprometimos
al borde de la nada, charla en la eternidad
como solíamos, sólo por aventar la soledad.
Un sueño solo en el que nos mentimos.
El sueño, padre muerto, adonde fuimos,
obviando la ceniza que dejaste y la edad,
se pobló de tu rostro, tu voz, y una ansiedad
extraña entre nosotros nos llamó y la rehuimos.
Tus versos anegaron las cuencas, los detalles,
de una impar biblioteca en la que anduve a tientas
buscándome en tus versos como si fueran calles
de una ciudad ahogada en celosas tormentas,
salvado por historias y poemas y mentas
surgidas de tu altura montañosa y tus valles.
Amilcar Luis Blanco (Foto familiar, año 1949. De izquierda a derecha, mi padre, yo y mi madre)