pero en forma sutil.
Y es cuando llueve y Buenos Aires
se convierte en tango
y la mujer y el hombre se entrelazan
hechos nudo y perfil,
bajo las gotas limpias que sin sal ya,
ni yodo, ni colores de fango,
mojan alcantarillas, asfaltos y cordones
y alcanzan alto rango,
en un cielo de grises,
otoñal,
memorioso,
bien de abril,
sonando en partitura sostenida por piernas,
a manera de atril.
Y después se confunden en ochos y compases de mínimo fandango.
Al fin arden,
propagan en hogueras de brillos
el brío de sus aguas
Y humanizan los muslos y los cruces para mojar deslices,
y humedecer de llantos y sobre lentos pasos antiguas cicatrices
y zanjar diferendos y matices,
encendiendo reflejos,
avivando las fraguas
de pasiones añejas,
pasiones como olas desnudas bajo enaguas
translucidas apenas en la mujer de cuerdas
y suspiros felices.
Ya convertida en chelo
mientras se mira en nubes
y se siente de cielo.
Amilcar Luis Blanco (Oleo sobre tela de Adrian Borda)
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