
¡Ay, si pudiera al fin, amor, besarte!
Morder como una fruta hecha de brisa
la sabrosa frescura de tu risa
y en tu cintura el sol acariciarte.
Temblar hasta en tu voz sensible al arte
de encubrir el deseo cuando eriza
nuestros cuerpos y abre y martiriza
plenilunios de insomnios parte a parte.
¡Ay, si pudiera, amor, estar contigo
cada vez que al sufrir me necesitas
y darte mi ternura y el abrigo
de corazón a corazón! Me habitas
y por eso hasta en sueños te bendigo.
Amor, dame tus lágrimas contritas.
Amilcar Luis Blanco
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