Hoy tenemos que actuar, estar atentos,
porque el alma se va por las alcantarillas,
las bocas de tormenta, las putas pesadillas;
se alivia de nosotros y de nuestros tormentos.
Quiero decir la vida, los momentos.
Quiero decir la luz, los cafés, las astillas.
Quiero decir actuar en húmero y costillas,
en aguas de recuerdos y de olvidos y cuentos.
Quiero decir que por los mismos dioses,
los de Blake, los innúmeros y los que viven de rodillas,
habrá que arremangarse de sueños y de adioses.
Y quitarse los trajes y quebrar tantas poses.
Atravesar las rejas de cárceles y horquillas.
Construir cada día absurdas maravillas.
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Pablo Picasso)
Hasta donde podamos evitemos el llanto.
Hasta donde podamos evitemos la angustia.
Y la melancolía y también el espanto.
Cultivemos en cambio la azarosa alegría
de saber que, mortales, como la rosa mustia,
vivimos el ahora a lo largo de un día.
Y aunque parezca dura, brutal, la indiferencia,
hasta donde podamos, tomémosla por ciencia.
Epicuro lo supo y evito tentaciones,
prodigarse hacia el mundo como a un jardín salvaje,
donde el revés perverso de engañosas pasiones
agotan nuestras fuerzas y enervan la energía.
Él le puso a su vida lo amargo del coraje
de mantenerse al margen de la lujuria umbría.
Y del placer que otorgan las lágrimas, las risas,
en exageraciones, y en impostadas prisas.
Él detuvo a Dionisos, ebrio entre las locuras,
convertido en Apolo y, equitativamente,
puso un fiel de medida a las pesas oscuras
que la muerte nos pone detrás de los placeres
que pasan a ser sobras definitivamente
y encallan nuestras vidas en sucios menesteres.
Él nos abrió los ojos a las cosas sencillas.
Y nos mostró a raudales sus simples maravillas.
La risa de la rosa rosada por la brisa.
El trino del canario y la voz del jilguero.
La luz de cada luna puesta en cada sonrisa
Y la sombra y el agua y, en el cielo celeste,
la plenitud del día cayendo en un estero.
Y el aire, sólo el aire y lo agraz y lo agreste.
El amor de lo amado sólo por sus virtudes
La lealtad de ser fieles a nuestras actitudes.
Amílcar Luis Blanco