Recuerdo que estuvimos entre cielos de algodones
naciendo nuevamente
pero sin advertirlo del todo
porque nuestras ilusiones nos llevaban
a otros lugares.
Es decir, nos corrían los sitios;
esos carreteles del destino
desparramándolos insidiosos;
madejas o racimos o archipiélagos,
lujos de los latidos ardiendo en nuestras sienes.
Recuerdo que los viajes nos llevaban lejos.
Trenes, automóviles, atravesaban horizontes
y calcaban paisajes en nuestras retinas absortas.
Mientras saboreábamos gaseosas,
masticábamos alfajores
o escuchábamos la radio
ahitos, hartos,
bostezábamos circunstancias
sin haberlas paladeado jamás.
Había una vida posible
sin marcianos al hombro.
Un verano infinito
de mar, laguna, río o mieses,
sagrados navegantes
en yates de lujo
los recorríamos dormidos o despiertos.
La vida estaba en otra parte,
casi siempre en otra parte.
Nuestros ojos inquietos recorren los rincones
todavía,
buscan en las mañanas o en las tardes
algo que los contenga sin salida
en ese extraño nacimiento
entre aquél cielo de algodones.
Amílcar Luis Blanco (Pintura de Fermín Eguía)
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