Estallan las palabras y las voces
en la eufonía de los gorjeos
en crujidos de grúas y de flejes,
y quejidos elásticos
y atroces,
círculos y devaneos,
largos ejes,
ronronean conspicuos los motores
entre los contoneos de las flores.
La ciudad se articula en las sirenas,
en los duendes del aire, la bocinas,
los silbidos del viento
y un crepitar de hornallas como penas,
marimbas y sordinas
y una parra desnuda su sarmiento,
trémulo entre tambores cornetas y violines,
desembala trompetas y nardos y jazmines.
Un clamor se desbanda; fútbol en los estadios
y frenadas chirriantes y campanas,
en el freír abierto de las radios
fuga de las ventanas.
El sonar bandeirante de las gaitas
Los aullidos, las sierras, los ladridos,
desparraman sentidos
de haber vivido duelos entre taitas
Somnolientos o raudos bandoneones,
lentos, cautos, alivian las tensiones.
Y la trepidación de las turbinas
de los jets, sobre escándalos y ruinas
de un rock violento y un golpear de mambos.
Un vaivén mece cumbias y boleros,
y las sinuosas curvas de los tangos,
en ligeras milongas y entreveros.
Estruendo en la ciudad y las baldosas
en asfaltos, balcones, entre gentes y cosas;
residuos de los tiempos desiguales
y sombras de otras sombras siempre menesterosas.
Amilcar Luis Blanco
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