Allí en la pólvora sedienta de sus pasos
era
donde mi suerte se derrumbaba cayendo al precipicio
allí
donde la tuve mucho de no tenerla
y
traté de exprimirle los siglos que la demudaban
En
esa aurora sonrosada de sus sentimientos
ella
cayó porque me esperaba
sin
advertir mi corazón y las concéntricas corolas
que
lo desangelaron capa a capa hasta dejarlo en agua de cebolla
Mientras
ponía mi dedo en su llaga
y
había una devoción de heridas flameando como banderas
indiferenciándose
a lo largo del ruido de los trenes
cuando
desaparecen en pos de itinerarios hacia la lejanía
y
hay un tumulto terco golpeando la distancia
En
multitud de cejas indefensas las noches caían como aceros
como
tajos y atroces despertares y filos de hielo
y
canoas de besos partidos y cuerpos convertidos en sombras sólidas
eran
noches sin sueños ni descanso vejándonos a gritos
golpeándonos
a palos de soledades y silencios
a
penas contagiosas y a jugar sin resuellos a ser ciegos
a
ser sordos y mudos guardándonos los gritos y las quejas
adentro
de la carne y el dolor de la carne por no morir del todo
allí
nos fuimos todos hasta ser devorados.
allí
la muerte vino a saludarnos
hasta
olvidarnos por completo
sin
animarse a sacudirnos el polvo de la desgracia.
Amílcar
Luis Blanco
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