Quizá la rosa sea un ardor de la sangre bajo el agua.
Quizá la rosa duela más allá de la angustia y de la ausencia.
O ella sostenga pétalos para cernir tu enagua
O ella se agite al viento para turbar el sol de tu presencia.
Surtir el centro del amarillo instante, del terciopelo rojo,
de la blanca cadencia que te adornó la boda
o un enjambre de glorias y el encendido antojo
que transportó tu sexo al dolor de la alcoba
cuando todo comienza y hablan las despedidas
con la muda elocuencia de lo desconocido.
Allí estará tu madre y tus largas partidas
cuando te rebelaste hecha furia y sonido.
La rosa guarda fresca su estructura de labios.
La efímera hendidura, su corazón de polen y la añeja
condición del recuerdo de los estigmas sabios
agrupadas en ramos, en rococó, en guedejas-
La rosa es una blanca y efímera pollera
donde el rocío urde su exposición de cielos.
Cubre las intemperies igual a una bandera
Sus pimpollos prometen una furia de anhelos.
Amílcar Luis Blanco
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