Alguien puso la lucha de la espada,
Puso su soledad, puso su vida.
Y caminó frugal sobre su herida
con la muerte metida en su mirada.
Alguien estuvo al borde de la nada.
Y superó su miedo y su medida.
Y cruzó con valor la despedida
de su vigilia y de su enamorada.
Era un joven soldado en la trinchera
de las islas al sur, solo, con frío
con armas obsoletas y un hastío
cercado por el pánico y la espera.
Era Cristo estaqueado en la madera
de una cruz incesante, el desvarío.
Amílcar Luis Blanco
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