
Me distraigo del tiempo cuando llueve.
La lluvia me asegura que la naturaleza
ha brotado del alma de la luz y atraviesa
la sucesión del mundo que alocado se mueve.
El agua de su calma extiende el canto leve
inunda mis oídos de paz y una certeza
de transparencia oculta alegra mi tristeza
y no siento la muerte, ni el llanto se me atreve.
La lluvia y su sonido me plantan en la boca,
en sus dos comisuras, en mis párpados, sueño.
Por eso me adormezco y en duermevela loca
evoco los misterios con dilatado empeño,
evoco la bravura del mar contra la roca.
Un sempiterno Ulises se relaja en mi ceño.
Amílcar Luis Blanco
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