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viernes, 1 de mayo de 2020

ELLA







Al fin y al cabo ella era una mujer liviana
y que dejaba mucho que desear.
Me llenaba la vida de agujeros.
Jamás se sentaba a la mesa como todos, con todos,
prefería faltar.
Irse por sus ausencias y recodos
como por laberintos de cristal.
Igual que cenicienta después de la fiesta
en la sesión inaugural.
Igual que Alicia, pensaba,
al entrar al país de las maravillas.
Jamás habría hecho lo de Scherezade
porque era imposible de encontrar.

Al fin y al cabo ella era una mujer liviana,
triste a veces,  perdiendo a tramos su tristeza,
pero a lágrimas secas, a montones,
sin derramar.
Ella estaba en los bordes de mis días,
cortándome a pedazos,
hundiéndome los dedos fríos,
mientras me convidaba olas y alfajores
y en soleados videos saludaba
vestida únicamente con el agua del mar.

Ella vivía ocupándose de todos,
los que soñaban mal, desesperados,
en un frente indecible, general,
los que se desvivían y sufrían,
los desheredados de arrabal
y aunque poco podía
en anónimos frentes se inmolaba
de política espiritual.
Iba al frente golpeando cacerolas,
al frente nacional y popular.

Ella al fin destrozaba mis gozosos deseos
Los convertía en rezos sin desear
Me transportaba a una ilusión sin término
Coqueteaba con todos sin parar.
Supe después que antiguos sufrimientos
le cegaron sin pausa ni escarmiento
sus propias ganas, las hicieron gags,
las redujeron a pálidas escenas.
La convirtieron en mujer liviana
Me quedé en el temblor de sus sonrisas
mirándola, mirándola, mirándola.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Marcia Schvartz)

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