Eco y Narciso calurosamente de la foresta exigen sus favores,
se prodigan, caminan, enamoran sus ojos y a sus blancas mejillas
como a encendidos pétalos dan purpúreos rubores,
sonríen y hacen leves los juncos y las aguas, las hierbas y las flores.
Pero un día nefasto las aguas se levantan oscuras y amarillas
y ahogan a Narciso
y, apagado su hechizo,
también Eco, terminante en su tristeza,
languidece, se muere y sólo vibra ilesa,
sobre un montón de huesos, invisible y atroz,
el lamento incorpóreo y eterno de su voz.
Amílcar Luis Blanco (Pintura de John William Waterhouse, "Eco y Narciso)
Con qué belleza has relatado esta historia mitológica valiéndote de la poesía, mi querido Amílcar. Te ha quedado perfecto, sublime y el cuadro de Waterhouse lo ilustra muy bien. Ese mismo cuadro se lo puse a un poema de un poeta célebre, no recuerdo a cuál, al poco de abrir mi segundo blog poemario.
ResponderBorrarBesitos y muy feliz fin de semana, Maestro.