En este corazón, como en el cuadro de Magritte,
guardaba días.
guardaba días.
Un corazón con una jaula de madera
y dos palomas blancas.
Había perdido mi interioridad por completo.
Mi cuerpo había quedado sentado en una roca
o duna endurecida de amostazada arena,
cubiertos los vacíos de mi cabeza y hombros
por una capa en paño del color de la sangre.
Detrás el mar y médanos y arbustos
y el viento como siempre
sobándose en lo quieto.
Pero, debo decirlo, me perseguía el recuerdo
de un otro corazón de llanto largo,
como una catarata cayendo a un claro bosque
con pinos y alegrías dentro de un edificio
de femenino encaje y nutrida elegancia,
es decir, un vacío bien guardado.
No supe a cuál creerle, a cuál desearle,
una vida normal que así moviera,
como Febo en su carro,
o cual bomba enterrada en el silencio,
esa brillante luz de cuyos frutos,
a pulso acompasado,
lo sensual nutre mesas de opulentos y esclavos.
Ahora soy el péndulo y la arena;
un reloj que consume su fuerza en movimiento,
su substancia en caída.
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Rene Magritte)
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