Hechos de carne, hueso y Buenos Aires,
danzan los bailarines contra el tedio,
abren, puntean, pican y volean,
su yugular asedio.
Logran que huya de ellos al desgaire
lo que no sea pasión y sólo sean
ráfagas de latidos abrazados,
cuerpos en ochos, rulos y compases,
en sus trémulos pulsos concentrados.
Fervor ponen las piernas en desdenes y pases,
sobre adoquines anchos y blandos como un beso,
solamente insinuado por carmín en los labios
de la lúbrica hembra; pantorrilla en exceso,
y muslos y caderas y grupas con resabios,
en mimos de habanera,
de pantera.
Taconea el varón, percute y lanza
sobre incisivo pie su andar malevo,
de rodillas pegadas,
cansinas y rumbosas compadradas,
que avanza
cual filo de facón en las patadas.
La mujer retrocede casi bajo su paso
y él con su diestra palma a lo que quiere
presiona la cintura, la sostiene en el brazo,
y le hace hacer figuras y la hiere
como si la acuchillara en el abrazo.
Hechos de carne y alma, hechos de tango,
elegantes, zumbones y guarangos,
toda pasión sus vidas, sangre en duelo,
los bailarines bailan sobre el cielo,
escapando sinuosos, acezantes,
hacia una eternidad que rompe y raja
la dura urbanidad que los ataja,
recia como pelea de guapos zigzagueantes
que descargaran filos homicidas y errantes.-
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