Prójimos que nos aman caminan en la nada,
a ciegas, entre duelos, en calles, galerías,
guardan heridas, muertes, no bienes o alegrías,
sí desvelos, desgarros, de fatídica espada.
Pero un puente de tierno candor desde esos seres
visita cada noche nuestro frugal vacío
y una culpa nos roe nuestro saldo de haberes,
por los que nada tienen, como un debe de frío.
Aunque alcen amores, estandartes, banderas,
y disfracen delante de nosotros su hastío,
sin sueños, ni dineros, en mentes y carteras,
sus ingestas de angustias desvisten los payasos,
la encubierta tristeza con pálidos retazos.
Son una muchedumbre de seres solitarios,
sentados en las plazas, huérfanos y gregarios
que se bancan sin fiestas los arduos calendarios,
soportan orgullosos mil muertes pasajeras
y en cantos disimulan sus disfónicas quejas.
Se ciernen y despegan en vuelos sin alzarse,
tumultos invisibles, mudos como trofeos;
vuelos de alas que vibran en sus ardidas cejas
y tiemblan de pudores sin jamás elevarse.
Se trata de los pobres, hambreados, sucios, feos,
sin réditos ni panes, en shopings de neones,
lujos, mercaderías, donde otros gozan dones,
y ellos sufren deseos, montones de deseos
y rudas apetencias, nunca satisfacciones.
Hay una indiferencia brutal que los golpea
y le muerde los cuerpos y les quita las ganas.
Viene desde el origen de nosotros y arrea
todas nuestras virtudes teologales o humanas.
Por eso la paciencia de ser para otros lazos
que nos unan al mundo de los necesitados
deberá ser el cielo que oriente nuestros pasos
para sentirnos vivos, al fin justificados.-
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