Se sienten mal la luna, el agua clara,
la defunción sangrienta del sol en el ocaso,
cuando abismos abiertos nos muerden cada paso
nos persiguen y retan y restan y separan.
Nos caen las alegrías del cuerpo y de la cara.
Despeñan hacia dentro. Ni un silente retazo
de sonrisa nos queda y aún el vino en el vaso
compone gota a gota una funesta tiara.
Eso porque sabemos que morimos y el trazo
de la cima y el filo de la hoz nos depara
un seguro regreso al polvo y al fracaso.
Entonces la tristeza vacua nos acapara.
Nos desluce y opaca en su sombrío abrazo
y los demás nos borran como a persona ignara.
Amilcar Luis Blanco ("À la porte de l'éternité", de Vincent Van Gogh, 1890.)
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