Por fín dándole cielo a la tristeza,
dándole peces y agua a las macetas
vestida de un ocaso, de un vibrato,
pudoroso,
luciendo santidades en la frente,
metida en la paciencia del jardín y el ocaso.
Por fin tus manos pulsan las cuerdas transparentes,
las invisibles cuerdas de la cóncava tarde
en donde el alma móvil del tiempo
produce voces ocres, voces roncas.
Oscuramente grave vibra el chelo,
un pulmón consternado.
Una góndola a veces
o la bodega ronca
de motores echando sus vapores,
saliendo por sus chimeneas.
Y gravemente oscuro
su vibrato de alma
humanamente llora,
bien humano,
su llanto monocorde
y disonante.
El chelo es ese torso,
es ese vientre,
esa caverna oscura y adventicia
que pasa por tus manos,
el cielo escurridizo
y el agua con los peces
que apagan luz a pleno
y encienden la penumbra.
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Isabelle Bryer)
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