Sostener, como suele hacerse, que la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), defiende principios liberales, aun en economía, constituye un contrasentido para encubrir su cesarismo. Como los antiguos normandos sobre los sajones en la Inglaterra de los siglos anteriores a lo que se clasificó después como feudalismo, es decir los siglos V a VI, o los francos con relación a los galos en la Francia de la misma época, que fueron ordas que se impusieron por la conquista y la invasión y, según Michel Foucault, concebían la libertad, respondiendo a su condición guerrera, como el avasallamiento del prójimo que conquistaban y la posibilidad de hacer lo que quisieran sobre los conquistados y sus bienes, los bárbaros actuales, nada tienen de liberales, nada saben de respetar derechos ajenos y ni siquiera practican este tipo de convivencia civilizada ni aspiran a ella. En rigor, no son liberales ni siquiera en lo económico en el sentido de Adam Smith y David Ricardo, son bárbaros absolutistas, cesaristas, que sólo quieren seguir ocupando posiciones hegemónicas en los mercados en que extienden sus redes. El del saber-poder es el principal de ellos, por eso la cita de Foucault viene a cuenta. El campo de conquista de estas nuevas ordas,que conforman esta sociedad que defiende intereses, de trajes caros y estadías en hoteles cinco estrellas y aseguradas recepciones en las casas de gobierno de los paises en que se asientan los monopolios que la crearon y sustentan, se proponen la colonización de las subjetividades y las conciencias como muy bien lo señala en muchas de sus obras José Pablo Feinnman. Por eso están en contra de la ley de medios audiovisuales y también de la auténtica libertad que ella traerá aparejada al entrar en vigor pleno. Por eso, con todo cinismo y desverguenza la atacan esgrimiendo como un burdo disfráz, con un discurso hipócrita si los hay, los principios de libertad de expresión y libertad de prensa. Algunos de sus personeros vernáculos, como el Senador Aguad, se engolfan en ese untuoso y eufemístico principismo y declaran a los noteros desde los corredores del Palacio Legislativo que los medios privados deben ser los únicos usufructuarios de esas libertades, que todos advertimos que no se practican en un mercado de libre concurrencia o de competencia perfecta como debería ocurrir si verdaderamente los postulados de Adam Smith o de David Ricardo fueran los que ellos practicaran en la Argentina. La interdicción al artículo 161 de la ley de medios que manda desprenderse de emisoras de radio y televisión a quienes las detentan en exagerado exceso, como es el caso del Grupo Clarín monopolizando y hegemonizando desde hace décadas la subjetividad de las masas en provecho exclusivo de ellos y sus avisadores, quienes con sus lobbies ponen hasta a quienes nos han de gobernar, es una muestra de cómo esa estructura de saber-poder es, hoy por hoy, la pieza maestra a partir y a través de la cual ejercen la tenebrosa dominación, ya de tan deleterea, casi anónima, como ese poder que manipula y maneja las vidas de los personajes de las novelas de Franz Kafka, un poder de invasores, avasalladores, bárbaros, autoreferenciales, que sólo se proponen satisfacer sus apetencias y deseos y que, por supuesto, nada tienen que ver tampoco con el auténtico liberalismo.
Si son enemigos de este Gobierno no es porque sean liberales y defiendan esos principios, como pretende hacernos creer el Nobel Vargas Llosa, ya que este Gobierno de raíz peronista, nada tiene de autoritarismo o cesarismo, sino todo lo contrario. Auténticamente es reformista pero jamás se ha propuesto tocar las estructuras jurídico políticas de la democracia liberal y republicana. Más bien todo lo contrario, sus integrantes, con la Presidenta a la cabeza, defienden a ultranza los principios de representatividad popular, la transparencia de las elecciones y los sufragios y aún el tratamiento y discusión parlamentaria de todas sus iniciativas, así como observan un irrestricto respeto a las decisiones emanadas del Poder Judicial aunque estas lo perjudiquen. Y ni hablemos de la libertad de expresión y de prensa. En la Argentina de hoy todos podemos expresarnos libremente y decir lo que pensamos, hasta los bárbaros de la Sociedad Interamericana de Prensa.
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