AMILCAR BLANCO (Blog destinado preferentemente a la poesía propia)
Los derechos de autor de lo publicado y a publicar en este blog están reservados y protegidos por la Dirección Nacional del derecho del autor-dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la República Argentina- Expediente N° 933882
Me fui,
me voy,
me ahuyento,
huyo,
me persigo
y estoy ausente y vivo.
Discurro,
distraido,
entremezclado,
oscuro,
errático,
entre otros,
sacudido por dentro
y derramándome.
Diáspora de mi mismo.
Soy esa nada inmóvil,
ese frío,
deslizado en entorno,
singladura
de irresoluto nunca
que se expande
en una sigilosa nervadura.
Lluevo adentro y afuera
de mi propia cintura.
Soy mi transpiración.
Mi insomne casa
que se deforma y crece
y desenlaza
pero que siempre pasa.
No estoy.
Estaba.
Comparece
mi torrentosa ausencia
si me nombran
y en los ojos de otros
apenas aparezco
ya me convierto en sombra
y me hago transparente
si me nombran.
Amílcar Luis Blanco ("Alba IX", escultura de Rufino Mesa Vazquez)
Tendida sobre el lienzo, emoliente, distante,
una boca al revés bajo tu vientre,
un pequeño volcán de rojedades,
se ciñe a tu silueta y a su peltre
de volúmenes cárneos buscando saciedades
una hamaca oscilante
contra tu grupa ecuestre.
Tu mano sueña intrépida y silvestre
sumergirse en la tibia ladera de tu pubis
entrar por su hendidura como una poma agreste
que devorara Anubis.
Sueña en lúbricas lavas descendiendo en ternuras
turgentes engranajes engastándose,
y roces en rosáceas estructuras
púrpuras, granas, cárdenas, calzándose.
En saciedad suprema,
en las corolas que convoca Hefestos,
en ardiente metal mutado a gema
sobre yunques de antiguos desconciertos,
martillos tumescentes que golpean
contra los glúteos de ateridas yeguas
que atadas al placer ya ni menean
en su quieta carrera de incalculables leguas.
Los deseos penetran en tu sueño,
los deseos actúan y adormecen
en el límite cóncavo del ceño
ebria batalla lúbrica y acrecen
ese saciarte sola confiándole a tu mano
hurgar en la humedad y su verano.
Mis manos avanzan
sobre cordilleras,
eréctiles, mudas,
allanan distancias.
Van sobre los mares
ebrias de esperanzas,
quieren poseerte,
derretir el velo,
lograr la impudicia
de tu tez desnuda
entregada y mansa.
Mis manos ahora
van por tu tardanza,
rompen tus vestidos,
urgen tu acrobacia
de torso, de grupa,
de cintura y gracia
y las veleidades
de muslos y ancas
blancas pantorrillas,
tobillos, talones,
y preciosas plantas.
Mis manos te aman
y si ellas hablaran
te dirían requiebros
de antiguas palabras,
para seducirte
para secuestrarte
y volar contigo
sobre alfombras gualdas
y para llevarte
a otro mundo en andas.-
Beso de amor redime la esperanza. Sabe a locura ebria, altos placeres. Expulsa los dolores, la tardanza del ser para dejar de ser los seres, parándonos en ápice de gloria, en cumbres palpitantes, pruritos, escozores, de gozo rojo en rosas y victoria, en cárneos y pimpantes esplendores.
Besar, frangir la pulpa del deseo, presionando los labios, las lenguas en esgrima, deslavazar el lánguido mareo, y suspender el seso en la shoqueante cima y luego despeñarnos en vertigo y exceso, en el abismo más mortal y espeso.
Porque después los cuerpos se desatan se quiebran en carreras de raudos elementos vuelcan todas sus aguas, sus fuegos, se dilatan abren fauces de azares, torbellinos y vientos.
Después del cataclismo ya desatado, el beso hace amantes serenos regresando a sus cauces aguas de rios pareados temblando, sólo eso. Pasado el terremoto, los cuerpos, sólo peso donde un vapor alienta de volcánicas fauces.
Pero el amor redime y sublima en el beso su ocasión más aguda, su lánguido suceso, porque sella la sombra y enciende así la estrella, inicia escalofríos y hace oscilar la huella de cuatro pies que pisan arenas, tierras, mares, hollando sus talones, sus plantas, siempre pares.
El ósculo despide una lava de amantes, de entremezcladas almas en su marea roja, descendiendo por faldas de encumbrados instantes, fundiendo dos angustias en una sola foja leida por los ojos como hazañas andantes en dos cabalgaduras quijotescas y errantes.-
Hoy quiero ya besarte, tu mutismo me choca.
Porque te siento música, y perfume y relente.
Sostener en mi mano tu nuca y el silente
rededor todo sombra evanescente y poca.
Mi otra mano posada sobre ti, apenas toca
el encaje que cubre tu cuerpo displicente
y mi nariz rozando tu comisura ingente
donde tu cuerpo se abre; agua y cielo entre roca.
Así quiero besarte, caballero y tangente.
Cruzándote tendida, palpitante, turgente.
Mirándome a los ojos, enfebrecida, loca.
Abriéndote, brindándote, escociéndote urgente
de soltura, tibieza, ardor y blanda boca
para esta furia en celo que tu ser me provoca.
Amílcar Luis Blanco ("Le baiser" - El beso - Por Carolus Duran)
El sexo funciona a veces como un perchero
donde se cuelgan sombras.
Tú, no obstante, alargaste tu codiciosa mano
hacia mi corazón para atraparlo
como fruta prohibida
en un edén en que nos vimos solos.
En esa selva umbría nos buscamos
sin advertir que somos transparentes,
huidizos, fantasmales,
iguales a las brisas encontradas
que surcan la memoria y sacuden ventanas
Sin saber de alas nada
y mucho en cambio de ejercer la flojera
sur de las marionetas de rostros de papel mashe
pintados. Ese estar apenitas
pisando hilos de arañas
sostenidos muy milagrosamente
sobre los barandales del miedo y de la angustia
y sin embargo el sexo para colgar las dudas,
y todo porque tiene extremidades
aunque se acojan temblorosamente.
Amílcar Luis Blanco (Pintura "El abrazo" por Oswaldo Guayasamin)
El piano es mi corazón, latidos
guiados por el sonido verde de tus ojos,
otras veces melados, repartidos,
multicolores ruidos,
por el sonido malba de tus ojos,
por el carmín pequeño de tu boca,
en mórbidos antojos,
mis sienes desmayándose en la cárnea roca
turgente de tus senos seráficos y afines
en un mar o marea de violines
Y tu cabeza bruna, de mirada anhelante
y el timbal retumbante
y las voces de bronce, flautas, oboes, cornos,
rozándome al cimbrear de tus contornos
las vibrantes trompetas,
el sonido del mundo atravesándome
roido por espacios y planetas,
marchándome contigo y ocultándome.
Pero el piano es la sangre que golpea
entre la soledad, los violoncellos,
es la roja marea, la marea
rumba de contrabajos y de tubas
opacando tus lánguidos destellos
los fagots, el “da capo”, los arranques
y las bajas y subas
que arrastran los silencios en corcheas,
fusas y semifusas
nadan al fondo como las lampreas.
Tu pequeña cabeza entre medusas
Y el grandor de tus ojos consumiéndome
Devorando la luz en sus topacios.
Ardiéndome
en confines y en espacios
que caben en mi ceño;
en el cielo de música de un sueño.
Ahora soy de nadie, soy de otros, sólo un rostro,
siempre fui, seré, sólo un rostro,
jamás debí haber sido, sólo este rostro,
ahora cantan los ríos en mi sangre,
hablan voces de tierras en mi carne,
y de a dos elementos compadecen
el solitario abrigo que les brindo
el brinco de las alas que lleva al infinito.
Ahora, cuando los pájaros han huido
de todas las madrigueras y de los hocicos
de los deseos, las necesidades, los faltantes,
las carencias y las muelas desgarradoras,
convertido ya en vuelo, suela o aire,
a veces solapado en torno a los que esperan,
haciendo de cuenta en salas de laqueados sillones
que estoy unido a ellos en la misma paciencia.
Ahora, digo, cuando todos se visten con silencios
y se van arropando sin mirarse en vestíbulos lentos
con el sediento ritmo de las olas, sin perder el aliento,
agitados y solos sin memoria en el viento,
sabiéndose fugaces y gratuitos,
solitarios, habiéndose bebido,
sus soledades hechas tragos largos
y deglutido el ríspido condumio con indigesta audacia
de la vergüenza, el miedo y la falacia
en los carteles de neón de las tristezas
y agrupado con todos en afiches en la noria del tiempo.
Ahora, nunca, nunca, ahora ….
Amílcar Luis Blanco ("Rostros" obra de Oswaldo Guayasamin)
Mejor no vuelvas corazón, no vuelvas,
por el camino de la nada vuelvas
porque me has dejado hace sueños,
hace mundos, hace dolores raudos,
hace espinas y lágrimas y miedos
y nostalgias salvajes, potus, cactus,
hundidos en macetas solitarias
y domingos sin nadie en los que crío
muñecos, soledades y distancias.
Y también hace mucho, como dicen,
mucho, mucho;montañas, muchedumbres,
vastos mares,
a solas, solas, solas, con mis menudencias,
mi pobreza de ser, mis ignorancias,
y alguna alergia transparente, inmune,
que me escuece y me nubla la garganta.
Por el camino de la nada vuelvas,
por ese que no hay, ni soy, ni tiene,
ni nombre, ni figura, ni esperanzas.
Por esa senda oscura, sólo sombras,
no vuelvas en tu celo, nunca vuelvas
Que hasta la lira de tu Orfeo calle
porque allí soy tu Eurídice
tu excusa de poeta que en la luz espejea
su imposible delirio y su tardanza.
Y para nunca Hades me detiene.
Porque tú me has dejado,
me has dejado.
y una angustia violeta sólo queda
allí donde enlazaban tus palabras
que tenían la forma de tus manos,
la forma de tu cuerpo en la penumbra,
aún en la penumbra, en la distancia,
la forma dolorosa de la ausencia,
de la desnuda forma de tus manos
y del rancio declive de tus pechos
y la desnuda forma de tu ausencia,
y la desnuda ausencia de tus formas,
y las formas desnudas de tu ausencia
del ausentar desnudo de tus formas
y el huir de tu ausencia por golpearme
formas, ausencias y arduas desnudeces.
Ávido de la vida de la carne,
de su tibieza fugaz
¿Cómo podría mostrarte lo que siento
cuando quiero olvidarte?
¿Y desnudar aún más mi desnudez,
mi llanto, que, como abismo de una catarata
de aguas de cielo amargo, derrama toneladas?
O, al menos, huelga decir, la llaga transparente
que soy y que los otros atraviesan
recordándome siempre tu minuciosa ausencia.
¿Escurrirme, abstraerme, de tu reciente nada,
con todas ellas juntas, eternamente absortas,
mirándome a la cara?
¡No! Tampoco eso podría.
Aunque ardan ebrios todos mis silencios
y con sus humos pavorosos nublen
la luz de tu mirada en mi mirada.-
Como te quiero tanto como al alba
o al aire enorme,
aspirado sin tasa por mi pecho
y siento la ligereza de tus piernas
caminando en mis piernas,
el milagro de tu palpitación
en el vibrar de mis párpados
y en el bombeo bruto de mi corazón
acompañándote
para cada luz que recibes,
para cada gota de tu traspiración,
el goteo, la lluvia, que sale de tu cuerpo
aunque nunca la beba y la disfrute.
Como te quiero tanto, digo,
como a la noche extensa y estrellada
cayendo sobre el mar y las ciudades
como al viento veloz que se endurece
y se parte en mi frente y en mi torso
casi hasta levantarme,
la vida en vos no cesa de auscultarme
de meterse conmigo, me provoca,
hace incluso que piense en nomeolvides
en la cintura obesa
de la melancólica nostalgia
y en senos abundantes y estoicos
iguales a las dunas del Sahara
velados por la ausencia de los tuyos.
Hace que me dirija hacia tus labios
aunque no estén
y trate de besarlos.
Y me queda la inquietud,
el sobresalto,
igual que a Don Quijote
le quedara tan lejos Dulcinea
y tan cerca, tan lejos y tan cerca.
Amílcar Luis Blanco (Pintura "Dulcinea" por Mireya Duart)
¿Cómo decir por qué, cuánto te amo?
Mi corazón desborda mis palabras.
Tal vez porque las tuyas han cruzado
por la región sombría, donde clamo
en horizontes grises y tú te abras
en otro cielo mío nunca hollado
virgen aún para mi mismo, ignoto,
y sólo a mi intuición anticipado,
dentro de un sueño de placer remoto
ahora y por tus versos intimado.
Al ser uvas que te han dulcificado
y savia que te cura y pone coto
a las llagas de amor ya del pasado
de un oriente perdido, exangüe y roto.
Al amar se inauguran los deseos,
los signos, las señales; una orilla
engrandece sus márgenes y anilla
dos cuerpos que se sienten sin arreos
para vencer sus límites; costillas
uno del otro, danzas, devaneos
cumplidos en secretas apostillas
y hasta en declaraciones y gorjeos,
pactos de ángeles hechos a hurtadillas
paraisos abiertos en tus ojos, tus labios,
nada más, por mirarnos, hechos sabios,
de infinitas paciencias, pantagruelicos goces,
lánguidos, intangibles, lascivos y feroces.
Pero tiernos y amables, sin penurias ni agravios.
Te amo con la íntima osadía
de un ángel que se interna en una orgía
de esperanzas, absurdos, incógnitas, azares,
y anda en calles con rumbos ignotos y dispares,
buscando con mis ojos tu mirada ambarina
y atrapar en mis manos el sol de tu cintura
y en mi boca tu boca como copa y sentina
de tus aguas amargas para darles dulzura.
Te busco en la pasión y la locura
de pretenderte mía contra viento y marea,
y alzo mi corazón como una roja tea
y sus fibras de fuego nos ligan en la altura,
nos dan tema, coraje, sitio, idea,
anclaje en el amor y en la ternura.
Amílcar Luis Blanco (Pintura "El amor de las almas" por Jean Delville)