manos sobre mi cuerpo, relajadas,
a deshacer mis nudos entregadas
hasta aflojar el rictus de mi ceño.
Su tacto
sobre el velo del ensueño
ardiente de mi sangre traccionada
por la máquina sórdida y pesada
de la culpa salaz y el no ser dueño
de olvidar para siempre tu mirada,
tus labios de madonna cincelada
y el yeguarizo alarde de tu empeño
me hacen soñar contigo y te desdeño
pues tu imagen vestal y desatada
quiebra en mí lo augural y lo halagüeño.
Amílcar Luis Blanco
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