Estábamos en el Paraiso.
En el exacto sitio del origen.
En el exacto sitio del origen.
El lugar donde vida, luz y sombra,
se fecundaban y exhibían,
las alimañas cundían y la víbora cantaba,
igual que las sirenas, un silbo de tentación y esperanza.
se fecundaban y exhibían,
las alimañas cundían y la víbora cantaba,
igual que las sirenas, un silbo de tentación y esperanza.
En el sitiado destino sin fronteras que aflijieran.
Inmensidad parida del horizonte en cinta en cada aurora.
Estábamos viviéndonos.
Viviendo dentro de nuestros ojos lúbricas ebriedades
y sin culpas por hora.
y sin culpas por hora.
Sin remordimientos que las enturbiasen.
A puro ser a ser, a puro cuerpo a cuerpo.
Pero vísperas hubo de prohibidas manzanas
y augurios de destierro y de desastre.
Y los dos las mordimos,
masticamos sus pulpas de delicia, la sabrosa textura,
la del hierro y la sangre, la del bien, la del mal.
Entonces algo de la advertencia celeste se desplomó sobre nosotros
y nos vimos desnudos y sentimos verguenza.
Es que junto a la sangre y el hierro mordimos la obediencia.
Esa ciega obediencia en que el poder consiste.
Amílcar Luis Blanco ("Whisper of Explosion", oleo sobre lienzo de Michael Cheval)
masticamos sus pulpas de delicia, la sabrosa textura,
la del hierro y la sangre, la del bien, la del mal.
Entonces algo de la advertencia celeste se desplomó sobre nosotros
y nos vimos desnudos y sentimos verguenza.
Es que junto a la sangre y el hierro mordimos la obediencia.
Esa ciega obediencia en que el poder consiste.
Amílcar Luis Blanco ("Whisper of Explosion", oleo sobre lienzo de Michael Cheval)
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