AMILCAR BLANCO (Blog destinado preferentemente a la poesía propia)
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Ese cantor que hoy canta y se extravía del silencio ritual de la guitarra, de una mujer de sombra, noche y día, puentea su tristeza y se desgarra. Él pulsa con su víscera sombría un dolor hecho tiempo y hecho garra latiendo en su ternura todavía y digita las cuerdas y se amarra. Ha sabido llorar cuando sus grimas. rodaban en el fiel de las mejillas, en surcos de memorias amarillas. Ahora entre las notas van las rimas, las añoranzas hieren como astillas. Negros ojos ausentes son las cimas. Amilcar Luis Blanco
La sedienta y astuta, proveedora del cuerpo, cuerpo a cuerpo, hundiéndonos en magma silencioso, la voraz densidad de la materia; ese barro esencial que nos sustancia. Ella es la sombra núbil y escondida, víbora lujuriosa, trepándose al instante suspendido, a la erección que el tiempo nos propone y la que sorbe nuestra leche amarga y se derrama blanca en la sonrisa. La fémina potente, odorizando nuestro olfato instintivo, guiándolo en las noches del hastío, lúbrica entre las hojas del estío, la que pone su pie delicadísimo y en el franco estertor su palma de ave. Jamás la cazaremos en selvas o ciudades. Ella media en los cruces de caminos con las pardas lechuzas y las hadas burlándose de esquinas y portales y estaños y preguntas ancestrales. Y nos ayuda ciega y ruborosa en aciagos destinos. Amílcar Luis Blanco
Yo no quise sentir, yo no quería. El amor duele más que la inocencia aunque se sienta igual algunas veces. Eso porque el amor es abandono, despedida constante. Parecido a los trenes veloces y transidos perforando distancias. Eso porque el amor hace su hoguera en el centro del tórax o el abdomen. Es un irreverente cirujano y entra en nosotros subrepticiamente. Eso porque el amor termina solo. Tarda en convalescer. Es un enfermo cuya agonía terca se contiene en una lágrima, en una gárrula garganta. Amílcar Luis Blanco (Pintura de Edmund Blain Leighton)
El humo azul del cigarrillo teje la sombra con sus hilos y repasa el aire decaido de la casa y después cual temblor desaparece. Su cuerpo gris ocupa y estremece los últimos rincones cuando enlaza mi cuaderno, mi lápiz y mi tasa para pedir de nuevo que lo bese. Absorbo su gaseosa turbulencia, sin pensar, abstraido, indiferente, ocupado tan sólo por la ausencia. Y el momento tan álgido, envolvente, en esa narcisística querencia, me vuelve olvido mudo y transparente. Amilcar Luis Blanco ("Fumando espero". Acrílico sobre lienzo, por Reme) Acrílico sobre tela de Jesús Risueño.
Yo fui ese niño. Ese perro. Ese caballo. La casa de la esquina en ese pueblo. Y también los veranos bajo los paraísos y la higuera. Las películas argentinas de los años cincuentas, en el cine de Bertero y las que sigo viendo y veré todavía. Como escribió Vallejo, el que "todaviiza perenne imperfección", así, tan pulcramente como escribió el peruano poeta. Yo soy la calle ancha, aledaña a los campos, y aquélla bicicleta y el dolor en la espalda del invierno del pueblo en la plaza, cruzándola. Y el estupor y el misterio del niño que pasaba alrededor del cementerio y observaba con miedo las paredes amarillas del hospital para pobres. Soy el que sigue siendo a toda vía. A todos los lugares y las cosas que me fueron y son y siguen siendo. Dentro de mí los días van quedando pero también pasando. Lo que queda define ciegamente. Lo que pasa, el olvido, pura muerte. Pero tomo mi amor y lo levanto. Como quien toma el sol y raudamente se emborracha de cielos y distancias. Y mis manos son llamas de pasiones. Aún en este gris, en este humo, mientras, casi sin darme cuenta me voy desvaneciendo y esfumando como una bocanada tantas veces soltada en los aires oscuros con la desaprensión de los veinte años que todavía laten en todos los rincones de mi instinto. Amílcar Luis Blanco (Lápiz de Pablo Picasso)
Trabajo en mi intuición, envuelto en ella, también con lo leído y la experiencia. No pienso, cuando escribo, con paciencia, en ser distinto a todos. Mi querella al momento de hacerlo,sufre y sella, el tema que me toma la inocencia y me sumerjo en límpida decencia en el alma de luz que da su estrella. Y los grandes poetas que han escrito sobre los mismos temas que me ocupan forman silencios en los que se agrupan extrañas concordancias en un mismo apetito, el de aclarar detalles, ecos del mismo grito, de voces que conversan y que jamás caducan. Amílcar Luis Blanco
Hoy envidiando, en celos, me contagio, retrocedo ante el que, creo, me supera, ante su ángel, supongo, me vulnera su poema que yo atribuyo a un plagio. Hoy, sorprendido, envuelto en el presagio que el tema igual que el envidiado hiciera hizo que mis limitaciones descubriera hundiéndome en un sórdido naufragio. Fue sobre la verdad, su índole misma, la competencia en mi visión de envidia. Y sobre todo fue sobre el "sofisma" que di ya por sentada la perfidia. No vi la paradoja, no vi el prisma de múltiples verdades ¡Qué desidia! Amílcar Luis Blanco ("Envidia", oleo sobre lienzo de Marcelo Fabio Rodolfi)
Ese elegir, con dudas, entre penas, en rauda absolución de lo perdido porque el tiempo jamás es detenido y desde atrás empuja sus cadenas; ese cargar con todas las condenas para seguir haciendo lo elegido y a los errores darles un sentido que ya no es el soñado ni el que ordenas,
se llama Libertad y es relativa compungida y estrecha, atormentada. No obstante yergue utópica y votiva
su llama enarbolándose y airada contra la adversidad y la motiva siempre su posibilidad desesperada.
Amílcar Luis Blanco (Fotografía de la Estatua de la Libertad en Nueva York)
Necesidad ¡ Qué difícil emplazar tu engranaje y ejercitar mi amor ilusionado! Surges como descubrimiento recordado. Tus lenguas anfibias tañen a gusto mi cordaje. Eres monstruo. Te arrastras bajo mi lento viaje para empalidecer lo contemplado cuando por fin atento y exaltado consigo a mis visiones dar encaje. Porque quiero plasmar las que me obseden y elevarlas a un cielo, a lo sublime, tu látigo castiga mi pluma cuando escribe Quiere humillar el sino falaz donde se leen los ya humillados, los que ya no creen. Quieres robar el fuego, la luz de lo que vive. Amílcar Luis Blanco (Fotografía de Crachy Vallejos pintando un mural acerca de la necesidad)
Acaso Verdad ¿existes de veras y trás tanto sofisma y fingimiento asomas raudamente el sol de tu escarmiento para darnos tu luz ya sin fronteras? Acaso, airada mano, desesperas por golpearnos las máscaras sin cuento para desmoronar el paramento de nuestras miserables anteojeras. Esquivamos, sin duda cautelamos, el resplandor que tu fulgor acrece y huimos hechos sombras si amanece tu sol en nuestros yerros y birlamos corazones, memorias, porque escuece en tu terrible fuego lo que amamos. Amílcar Luis Blanco ("Retrato del Dr. Gadget" pintura de Vincent Van Gogh)
La lágrima en el centro de la carne. La lágrima en el centro de la tierra. Y discurriendo fiel por la mejilla ya sintiéndose gota solamente ya confundida en lluvia compañera. La lágrima temblando y el lacrimal abierto como una huella de húmedo cuchillo y en alas compungidas convertidas en almas transparentes. Ay! esa cavidad donde las horas resbalan acuanosas y convergen con la ansiedad crispada en la garganta cuando suelta la pálida impotencia el ser el río, el agua, la congoja, de un torrente que nunca se detiene. Amílcar Luis Blanco