del silencio ritual de la guitarra,
de una mujer de sombra, noche y día,
puentea su tristeza y se desgarra.
Él pulsa con su víscera sombría
un dolor hecho tiempo y hecho garra
latiendo en su ternura todavía
y digita las cuerdas y se amarra.
Ha sabido llorar cuando sus grimas.
rodaban en el fiel de las mejillas,
en surcos de memorias amarillas.
Ahora entre las notas van las rimas,
las añoranzas hieren como astillas.
Negros ojos ausentes son las cimas.
Amilcar Luis Blanco
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