Si tú, mi semejante, no
puedes ser el libro
Y yo, tu semejante, tampoco
tu lectura,
Los dos equivocamos la
huella en la llanura
de esta vida que apenas en
mi pecho equilibro.
De esta vida que a penas tú
también equilibras
Y late en el costado de
hondura de tu instinto.
Que huele a mar remoto dentro
de un laberinto,
a una sal libertaria que se
abre donde vibras.
Sal de sangre que gasta
cadenas y condenas
Con humedades que arden más
alto que el acero
y llamas de ansiedades que
funden las arenas
hacia un cristal del alma,
de claridad venero.
Porque la vida tiene el
color de los ojos
que se abren, la esperanza
de la sangre que late.
Y es un tambor su paso que
avanza cuando bate
golpeando la tiniebla con
relámpagos rojos.
Porque la vida toma de la
sangre su gesto.
Dirige su milagro de luz a
las retinas.
Toma tus ademanes, tu ceño y
las espinas
de un rosal en el centro de
tu tristeza puesto.
Porque su ser exige que el
amor la penetre
Y el color conmovido de su
temperatura
deshaga estolideces en tanta
criatura
y homicidios de soles contra
todas perpetre.
Abre entonces hermano tu sol
entre mis frases.
Echa tu luz de sangre sobre mí
con ternura.
Enciéndete y atento acapara
la altura
Y transparentemente
mezclemos nuestros haces.
Mirémonos adentro sin recelo
ni envidia.
Tejámonos las vidas uniendo
nuestros hilos
en una sola tela tramada, en
una lidia
de paz, en una justa de
lúcidos estilos.
Leámonos los gestos, las
penas, las memorias.
Amémonos. Es justo frente a
toda la muerte.
Sin vergüenza enfrentemos el
palio de la suerte.
Y sean nuestras vidas lo que
son, sólo historias
que quedan como libros sobre
los anaqueles
para que alguien se asome
por ellas a sí mismo,
que, tras el horizonte de
sombra, en los papeles,
las palabras nos guardan y
celan nuestro abismo.
Las palabras contienen,
muertas, lo que vivía.
Pero ellas resucitan al
Cristo de la frente.
Al llamado del alma cual
bíblica poesía.
Son el Lázaro eterno que
anda verbalmente-
El milagro que alumbra lo
mortal y se enciende
para la especie humana en el
umbral eterno.
La antorcha que jalona la
edad y la trasciende;
reflecta en el azogue de
sombras del averno.
Por eso yo te leo la
humanidad del gesto.
Pesco en estanques rostros.
Tiendo todas mis redes
Y transparento el fondo de
mí y hasta su resto
para que tu lo leas, lo
extraigas, te lo quedes.
Si tu no eres, si yo, las
páginas abiertas,
las letras siempre vivas que
danzan la pavana,
seremos como sombras de un
sueño siempre muertas.
Pronunciemos la sílaba
verbal y sólo humana.
Amílcar Luis Blanco
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