Allí en la pólvora sedienta de sus pasos
era donde mi suerte se derrumbaba cayendo
al precipicio
allí donde la tuve mucho de no tenerla
y traté de exprimirle los siglos que la
demudaban
En esa aurora sonrosada de sus sentimientos
ella cayó porque me esperaba
sin advertir mi corazón y las concéntricas
corolas
que lo desangelaron capa a capa hasta
dejarlo en agua de cebolla
Mientras ponía mi dedo en su llaga
y había una devoción de heridas flameando
como banderas
indiferenciándose a lo largo del ruido de
los trenes
cuando desaparecen en pos de itinerarios
hacia la lejanía
y hay un tumulto terco golpeando la
distancia
En multitud de cejas indefensas las noches
caían como aceros
como tajos y atroces despertares y filos de
hielo
y canoas de besos partidos y cuerpos
convertidos en sombras sólidas
eran noches sin sueños ni descanso
vejándonos a gritos
golpeándonos a palos de soledades y
silencios
a penas contagiosas y a jugar sin resuellos
a ser ciegos
a ser sordos y mudos guardándonos los
gritos y las quejas
adentro de la carne y el dolor de la carne
por no morir del todo
allí nos fuimos todos hasta ser devorados.
Amilcar Luis Blanco ("Los tanguistas" Oleo por Ángel Lochhart)
Un soneto maravilloso cantado con acordes de ángeles se entremezclan con palabras que hacen soñarte
ResponderBorrarEscribes tan bien que a veces no sé como contestarte. Me encanta leer cada párrafo, como enlazas y traes a los ojos el autentico sentir de tu poesía siempre bella ¡¡¡ me encanta!!! Un abrazo.
ResponderBorrarQuerida Mucha, aunque este no sea el soneto agradezco tus palabras.
ResponderBorrar¡Ay, Lola, eres siempre muy alabanciosa! Mirá si me lo creyera
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