transferirla sin dios y sin guitarra,
es partir a la luna y poner garra
afianzar el instinto y la locura.
Sorber los gardelitos de la parra
y fabricar un vino en la ternura
de la añoranza fiel que se depura
desde la cruel distancia sin amarra.
Es, desde luego, inocular bravura
un harakiri sin la cimitarra
vivir en la fantástica diablura.
Amar a lo argentino y en la barra
del sino equilibrar la calentura
que a fuerza de ausentarse se desgarra.
Amílcar Luis Blanco
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