Buscando en lo visible lo perverso
de tu alma invisible entre el gentío,
quizá los pliegues densos, el anillo,
de tu atezado sexo;
en una Disco, en el altar del fuego,
del
alcohol o la droga o el estiercol,
en el sitio de todos los no encuentros,
donde el arduo rock o el pesado metal
de lo tamborilleante y percusivo abochorna.
En los baldíos de la soledad,
en el roquedal de los corazones muertos,
quiero decir con pulso mas sin alma,
en el jardín de las flores efímeras que
entregan
su pizca de eternidad, su silicio de polen
Quiero decir donde los labios florecen
para atrapar los insectos y las volutas del
tedio
y las bruñidas copas de los senos se
muestran
para brindar contra ellas ansiedades
urgentes
y las rodillas y los muslos suaves
relumbran en el frío resplandor de las
horas de humo.
Quiero decir en el desierto, en el
destierro,
en las arenas de los camellos sin sombras,
sin oasis,
sin aguas reflectoras que refresquen
las gargantas quebradas y las lenguas
partidas
por una sed ya sin destinatarios, que se ha
marchado,
sólo acompañada por la fuerza del viento.
Allí te encontré, junto a los fuegos puros
de los deseos
y las sombras transformadas en ciegas
transparencias
y tú no eras una de ellas sino la única, la
reina.
Sombras transformadas en ciegas
transparencias
te rodeaban, agolpadas volaban a tu
encuentro,
traspasadas por aristas y por distancias
que no cierran
porque abandonan y abarcan horizontes
imposibles.
Pero en el encierro en fin, en la alcoba,
en el encuentro,
en la cópula de las corolas de terciopelo,
parpadeantes y absorbentes como terrores lúcidos
abrazando los falos o los nudosos tallos
penetrantes
para que tú permanezcas aún en el centro de
la utopía,
prometiendo un amor imposible, hecho de
eufemismos sin fin,
de concatenaciones de oquedades que suenan
engolfadas en el rumor oceánico de las
caracolas.
Para que tu permanezcas desde todos los
rincones del tiempo
en el zumbido agraz de la rumorosa colmena.
Mires, observes, desde pretéritos y
porvenires,
desde húmedas escolleras sin nadie,
pero sobre todo desde la soledad hecha de
angustias
y desde sus oscuridades violetas que flamean
nuestros destinos de zánganos portadores
del néctar
en las oscuras calles de espectros sin
rostros.
Tú haces sonar en tono de ululido y aullido
la honda vagina resentida del sarcástico
nido,
la usina, la fábrica de mieles, los ácidos inconsútiles
de la real jalea de la ilusión y en ese
aroma
se alimentan sin mengua las fieles larvas
hechas de nosotros.
Amilcar Luis Blanco (“La reina abeja” obra
pictórica de Wilder Morales Espinosa)
Sombras pintadas de amaneceres en los rincones del tiempo, que envuelven la soledad de los días.
ResponderBorrarUn beso.