Ábreme el corazón, amor,
para que viva;
para que otra eternidad,
que no sea la tuya,
no me consuma.
Ábreme el corazón que arde en tus manos;
el que mete tu tiempo entre mis años.
El corazón tenaz que me consuela
cuando llueve la angustia
y se mustian los labios
por la menuda ausencia de tus besos.
Amílcar Luis Blanco.
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