Ese jugar de niño entre cielos y suelos,
inspirado en historias fantásticas tenía
el singular estilo de eternidad sin duelos,
la potencia otorgada por la salud del día.
No había quien pudiese correrme de mi calma.
Nadador que pudiese nadar en mis corrientes.
Realidades y sueños construían la historia
que hoy en cambio me tiene sin cesar acosado.
Y acosado los ojos se me llenan de alma.
Como si nada hubiera en la fatal memoria.
Metido entre silencios, los párpados cerrados.
Y tras ellos los días circulares, de noria.
Y Superman y Batman y Tarzán, los delirios.
Aquéllas historietas en papel, celuloides
proyectando fantasmas de luz y de martirios,
se han ido para siempre, vengadores y androides.
Acosado quisiera volver al hombre sueño.
Estar sobre una roca bajo un quebrarse de olas.
Como un ángel desnudo de perfil aguileño.
Darle tregua a las alas en un refugio a solas.
Preñados de absoluto mis ojos y, gregario,
deteniendo los autos, las densas muchedumbres,
en un peregrinaje que formase costumbres
de darle a nuestras vidas la preñez del sagrario.
Quiero decir amarnos haciéndonos posibles,
haciéndonos sagrados mientras la muerte quiera
convertirse en razones y artículos visibles
en los supermercados o aguantar en la espera.
Debajo de los trenes, camouflada de masa,
adentro de las sombras y de los souvenires.
Porque el sigilo tensa su arco cuando caza,
cuando pisa la hierba tras el miedo que pasa.
Acosado ya siento crecer el superhombre.
Ese ángel que Nietzsche sacó de sus palabras.
Ya me urgen en la sangre turbias velocidades.
Ya Hollywood me unge de efectos especiales.
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Nicolas Guy Brenet)
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