Ella, ya no sabré nombrarla,
será mi siempre amada.
Me ponía a vivir a cada instante.
Yo juntaba mis sombras restallantes de espadas,
de las que sobresalían viejos afiches,
pesados libros, cuentas, talismanes y ella
hacía un montoncito y las evaporaba.
Ella, ya no sabré nombrarla,
ordenaba mis duelos y dolores,
componía mis sitios de misterios,
ajustaba desnuda en sus pechos eternos
el reloj de mis miedos
y elevando las dunas de sus muslos
hacía crecer la luz de mi confianza
y blandamente, convertida en lluvia,
atemperaba todas mis hogueras.
Le ganaba a los dados a la muerte,
al ajedrez sombrío a la tristeza.
Y si era necesario me dejaba
hasta soñar con otra sin perderme.
Estiraba sus cabos y en apuntes,
porque ella navegaba,
agendaba mis días en su lenta bitácora.
Así me calculaba, ella sabía
el margen de mi gloria hasta dónde llegaba.
Conocía mis puertos más distantes,
mis más altas montañas
y en mi nariz oteaba su olfato de pantera
los resquicios más hondos de mis junglas amargas.
Por eso y otras cosas será mi siempre amada,
compartiremos panes, chismes, secretos, risas,
películas, historias, recuerdos, magos, hadas.
Escalaremos juntos hasta ser despedida
las faldas y los picos de mi audaz esperanza.
Amilcar Luis Blanco
HERMOSA POESÍA
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