Antes, cuando la tarde se quejaba,
no entendía tus ojos,
no sabía a qué atribuir ese sigilo transparente.
Había recelos sin respuestas,
horizontes baldíos detrás de tus miradas.
Decidí escudriñarlos y ahora no los veo.
Y en donde ya los miro y no los veo
está la selva,
su ilusión de montaña,
su esqueleto.
Y donde yo te sueño ya no hay nadie;
garganta suficiente
para beber tus ojos
o articular fonemas con tu nombre.
Esos ecos de letras desmayadas
desfallecen entre luces de alcoba
pero saben a bosque y lago quieto
y hacen crecer el cielo todavía.
Amílcar Luis Blanco ( "Transparencia en el atardecer", oleo sobre tela de Ennio Montariello)
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