- ¡Ah! Una intuición quiere decir - juzgó Falcone.
- Claro, una corazonada - definió el Negro - Bueno, también le dicen premonición, videncia. Tengo una tía ...
- ¡ Por qué no parás un poco, por Dios! - lo interrumpió Arbuzzi - No nos interesa tu tía. Dejalo a él que explique.
- Dale Salori, contános ¿Cómo te vino el presentimiento? - intervino Florindo. Salori lo miró y después paseó sus ojos negros sobre todos los demás.
- Tuve un sueño - dijo - Un sueño en el que...bueno, Florindo me va a entender. Estábamos aquí, pero este lugar era inmenso, interminable. Jugábamos al billar. Pero todos. Había bolas para todos. Cuando se presentaron algunas carambolas difíciles, uno a uno, fuimos subiendo a la mesa para taquear. Pero después el paño se había transformado en un césped que era como un link de golf. Y ya todos éramos golfistas y estábamos vestidos de golfistas, con esos saquitos a cuadros, acompañados de cadys, con palos, bolsas, gorras, zapatos especiales y todo eso. Igual el lugar seguía siendo un Café. No porque tuviera apariencia de Café - y aquí, creo yo, está lo curioso - sino porque venía el gallego Guita, el mismo que es el dueño de este bar y que todos conocemos, y nos traía la bandeja. A algunos, como a Falcone, le traía café, pero a otros nos traía otros tragos de colores diferentes. Entonces, como el gallego tenía puesta una sotana blanca, yo le preguntaba por qué ...
- ¡ Ah, eso de la sotana blanca! - interrumpió el Negro.
- No interrumpás, Negro cabeza de chingo - vociferó Arbuzzi - Seguí Salorito, seguí
- Bueno, yo le preguntaba por qué, no se por qué. Será porque el gallego siempre dice: "¡Me cago en Dios!" La cuestión fue que el gallego me contestó: "Lo que pasa es que yo soy Dios y estoy aquí para serviros ¡Faltaba más!"
El Negro empezó a reirse con una carcajada sonora. Los demás lo miraron como si estuviera cometiendo un sacrilegio.
- No le des bola a éste, por favor - pidió Arbuzzi - Seguí.
- Bueno, después apareció una nube negra y comenzó a soplar y silbar el viento.
- Y nosotros qué hacíamos, dónde estábamos - quiso saber Florindo.
- No se. Estarían por ahí. Lo que si vi es que el gallego comenzó a desaparecer, como si se evaporara y yo sentí mucho miedo, pánico ¡No te vayas gallego! Le grité, y ahí fue cuando me desperté.
Estaban en el instante en que cada uno de ellos sintió que podía impunemente apoderarse de la intimidad del otro, espacio invisible y ancho para la confidencia. En ese momento el otro, naturalmente, fue Salori. Había quedado desnudo, vulnerable, desubierto frente a los demás. Por eso Arbuzzi, que lo había escuchado con profunda atención, especialmente él, tornó a concentrarse todavía más en la ejecución de una carambola. Y Florindo quiso profundizar.
- ¿ Qué representará el sueño ? - preguntó pensando en voz alta y representándolos a todos.
Entonces Arbuzzi, que volvía de fallar en el intento de hacer chocar los rodantes marfiles, quizás por el fastidio que le generó el yerro, dio la explicación que tal vez no debería haber dado nunca. Dijo:
- Es sencillo. Salorito estuvo siempre quieto, jamás se jugó, ojo, ni siquiera al billar. Es, lo digo con cariño, es, y fue, y será siempre un vago simpático - mientras hablaba Arbuzzi angulaba los codos y los brazos y mantenía la vista fija en la bola blanca, buscaba una mejor posición para taquear, hacía pausas - No me interpreten mal muchachos, como dije, un vago simpático - concluyó después de un certero golpe que sonó dos veces anunciando la carambola, y siguió: - Un amigo. Pero siempre se sintió y se siente culpable. Nunca lo aceptó. Mejor dicho, nunca se aceptó bien a sí mismo. La culpa le hace ver que el gallego, que es un laburante en serio, es Dios. Pero, a la vez, si se sube a jugar tiene pánico de que Dios lo abandone y se le desate la tormenta ¿ Es así o no ?
Salori no dijo esta boca es mía. Sólo lo miró como suelen mirar los perros cuando agachan la cola.
A los pocos días tuvieron la noticia, el mismo gallego Guita se los comunicó: Salori se había colgado de una gruesa soga. Se había ahorcado. Su familia le había dado cristiana sepultura. Ni tiempo hubo de que le fueran a dar el último adios. Nada suele ser un sueño y nada más. Cada uno carga una culpa y ni los sueños son inocentes o, para serlo, acontecen dentro de la niebla de la ignorancia. "Cuando el velo es corrido, cuando el secreto es profanado..." - pensaba Florindo que pensaría Arbuzzi.
- Claro, una corazonada - definió el Negro - Bueno, también le dicen premonición, videncia. Tengo una tía ...
- ¡ Por qué no parás un poco, por Dios! - lo interrumpió Arbuzzi - No nos interesa tu tía. Dejalo a él que explique.
- Dale Salori, contános ¿Cómo te vino el presentimiento? - intervino Florindo. Salori lo miró y después paseó sus ojos negros sobre todos los demás.
- Tuve un sueño - dijo - Un sueño en el que...bueno, Florindo me va a entender. Estábamos aquí, pero este lugar era inmenso, interminable. Jugábamos al billar. Pero todos. Había bolas para todos. Cuando se presentaron algunas carambolas difíciles, uno a uno, fuimos subiendo a la mesa para taquear. Pero después el paño se había transformado en un césped que era como un link de golf. Y ya todos éramos golfistas y estábamos vestidos de golfistas, con esos saquitos a cuadros, acompañados de cadys, con palos, bolsas, gorras, zapatos especiales y todo eso. Igual el lugar seguía siendo un Café. No porque tuviera apariencia de Café - y aquí, creo yo, está lo curioso - sino porque venía el gallego Guita, el mismo que es el dueño de este bar y que todos conocemos, y nos traía la bandeja. A algunos, como a Falcone, le traía café, pero a otros nos traía otros tragos de colores diferentes. Entonces, como el gallego tenía puesta una sotana blanca, yo le preguntaba por qué ...
- ¡ Ah, eso de la sotana blanca! - interrumpió el Negro.
- No interrumpás, Negro cabeza de chingo - vociferó Arbuzzi - Seguí Salorito, seguí
- Bueno, yo le preguntaba por qué, no se por qué. Será porque el gallego siempre dice: "¡Me cago en Dios!" La cuestión fue que el gallego me contestó: "Lo que pasa es que yo soy Dios y estoy aquí para serviros ¡Faltaba más!"
El Negro empezó a reirse con una carcajada sonora. Los demás lo miraron como si estuviera cometiendo un sacrilegio.
- No le des bola a éste, por favor - pidió Arbuzzi - Seguí.
- Bueno, después apareció una nube negra y comenzó a soplar y silbar el viento.
- Y nosotros qué hacíamos, dónde estábamos - quiso saber Florindo.
- No se. Estarían por ahí. Lo que si vi es que el gallego comenzó a desaparecer, como si se evaporara y yo sentí mucho miedo, pánico ¡No te vayas gallego! Le grité, y ahí fue cuando me desperté.
Estaban en el instante en que cada uno de ellos sintió que podía impunemente apoderarse de la intimidad del otro, espacio invisible y ancho para la confidencia. En ese momento el otro, naturalmente, fue Salori. Había quedado desnudo, vulnerable, desubierto frente a los demás. Por eso Arbuzzi, que lo había escuchado con profunda atención, especialmente él, tornó a concentrarse todavía más en la ejecución de una carambola. Y Florindo quiso profundizar.
- ¿ Qué representará el sueño ? - preguntó pensando en voz alta y representándolos a todos.
Entonces Arbuzzi, que volvía de fallar en el intento de hacer chocar los rodantes marfiles, quizás por el fastidio que le generó el yerro, dio la explicación que tal vez no debería haber dado nunca. Dijo:
- Es sencillo. Salorito estuvo siempre quieto, jamás se jugó, ojo, ni siquiera al billar. Es, lo digo con cariño, es, y fue, y será siempre un vago simpático - mientras hablaba Arbuzzi angulaba los codos y los brazos y mantenía la vista fija en la bola blanca, buscaba una mejor posición para taquear, hacía pausas - No me interpreten mal muchachos, como dije, un vago simpático - concluyó después de un certero golpe que sonó dos veces anunciando la carambola, y siguió: - Un amigo. Pero siempre se sintió y se siente culpable. Nunca lo aceptó. Mejor dicho, nunca se aceptó bien a sí mismo. La culpa le hace ver que el gallego, que es un laburante en serio, es Dios. Pero, a la vez, si se sube a jugar tiene pánico de que Dios lo abandone y se le desate la tormenta ¿ Es así o no ?
Salori no dijo esta boca es mía. Sólo lo miró como suelen mirar los perros cuando agachan la cola.
A los pocos días tuvieron la noticia, el mismo gallego Guita se los comunicó: Salori se había colgado de una gruesa soga. Se había ahorcado. Su familia le había dado cristiana sepultura. Ni tiempo hubo de que le fueran a dar el último adios. Nada suele ser un sueño y nada más. Cada uno carga una culpa y ni los sueños son inocentes o, para serlo, acontecen dentro de la niebla de la ignorancia. "Cuando el velo es corrido, cuando el secreto es profanado..." - pensaba Florindo que pensaría Arbuzzi.
Interesantísimo y muy bien narrado relato, querido Amílcar, con unos personajes de manifiesta locuacidad, como buenos argentinos. Y la conclusión final, tras el triste desenlace es que sí, que algunos sueños es mejor que se queden sin ser interpretados, pues de lo contrario, podrían desvelar ciertas realidades incómodas y cambiar con ello el rumbo del detino.
ResponderBorrarUn gran beso, mi buen amigo.
Gracias, querida Mayte y que digan ahora que mi relato es previsible. Lo es porque es hasta obvio, no hay misterio ninguno en cuál sea la moraleja del cuento. Pero si se observa bien, mi relato es por supuesto muy inferior, los cuentos como, por ejemplo, "El almohadón de plumas" del gran Horacio Quiroga, prosista argentino por lo menos aquí muy celebrado, no cifran su valor en ser previsibles o imprevisibles sino en la maestría con que están contados.Esto lo digo por alguien que vos conocés. Un gran beso, mi buena amiga.
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