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viernes, 20 de junio de 2014
La lejanía
La lejanía es tiempo de no verte,
ni tocarte tampoco o escucharte;
tiempo de ausencia tuya disolvente;
un deshacerte
alicaído y lacio.
No es sólo espacio,
dilatado, infinito, transparente,
en el que a duras penas bebo y sacio
mi escanciado presente.
Es presente pesado y detenido
el tiempo de no verte,
enceguecido,
por suerte
o arte,
de no tocarte un pelo o escucharte,
apenas consentido.
Tiempo de los trabajos y las fiebres,
de obstáculos y objetos
que al querer ser alegres
en sus retos,
se vuelven antipáticos y tristes
al reclamar mis manos,
y volvérseme ristres
de lances cotidianos,
al pedirme miradas,
manos y ojos a otros destinadas
pero no a vos, ya no, porque te fuiste.
La lejanía es tiempo de extrañarte los gestos,
lo entrañable; tus álgidos aspectos;
el vientre y el declive de los pechos,
tus besos hechos perlas, y los frescos helechos
del nidal de tu pubis y su arboroso acceso.
Tiempo de haberte ido, tiempo de no regreso,
tiempo de preguntar si me recuerdas en tus juntas
con la señora Soledad que no contesta.
La lejanía es la orfandad de las preguntas
de una mañida encuesta,
que no encuentra sosiego ni respuesta.
Lejanía procaz y prometida en ojos, labios, ademanes, sinos,
degustada por nuestros lentos paladares en compartida fiesta,
cuerpos que convertimos en caminos.
.
La lejanía es mar sin resultado,
mar extenso y salado,
pero también la casa en la penumbra,
preñada de un olvido dilatado,
un olvido sin par que apesadumbra,
un olvido pesado.
Lejanía doliente
que levanta
su enardecido puente
como un brazo imposible o una planta
que sin cesar en su arbolar creciente
como un continuo fibrilar se siente
cardíaco, cordial, destituyente.-
Amilcar Luis Blanco (Pintura "Casa al atardecer" por Edward Hooper)
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