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sábado, 21 de junio de 2014

ORFANDAD





No quiero la orfandad de las orquídeas
calándose en la selva castigadas
por una lluvia sedicente y tibia
de lágrimas cerradas.
Para que no marchiten su belleza
y la flor de su albura desdeñada
torne en naturaleza
lo que no vale nada.

Una montaña fría,  de tristeza,
ensombrece mis pies  y  mi  cabeza
cuando contemplo vacua la orfandad
en tanto sucio alrededor.
El día muda lo que fue piedad
en mezquindad desnuda, en soledad,
la esperanza en pavor.

¿Quien podrá a la hierática desgracia
desplomar de su oscura aristocracia
yendo a la verdadera libertad,
la blanca del amor?
Duele y oxida tanto la orfandad
en esta descompuesta humanidad,
que hasta la orquídea sufre de dolor.

¡A no mezclar alcohol con  esperanza!
¡A no abrigar la flor sin la templanza !
Porque de la  abandonada juventud
en vez de néctar manará resentimiento
que será acíbar lento.
Y un mañana marchito en la quietud,
enervará el color y la actitud;
y torcerá la flor en sufrimiento.

Y en la coyunda buey su pensamiento
tira y lidia sin fiesta ni aspaviento
mientras su espalda es pétalo que suda
mimada únicamente por el viento.
La sociedad la expulsa y la desnuda
en la intemperie cruda,
y la deja sin alma y sin aliento.

Orfandad.
Vacuidad.
Aún la blanca bella pero vana
obscenidad
si sólo está en nirvana
la orquídea en plenilunio soberana.

Amilcar Luis Blanco  (Pintura "Madre e hijo" obra de Gustave Klimt)

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