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lunes, 16 de junio de 2014
POESÍA
Atravieso el misterio,
la frontera que se abre después de las palabras
pero que necesita de palabras.
Quiero nombrar el mar, decir el cielo,
escalar las montañas sin cansarme
y pensar sin pensar,
imaginando.
Acaso describir cada caída y también cada ascenso
sin ponerles mi cuerpo
poniéndoles tan sólo sensaciones de vértigo.
Y muchas veces siento que atravieso los siglos
y voy en pos de Garcilaso.
Allí donde su alma se libra de la roca estrecha
y navega sin sol el lago estigio
y nos hace escuchar ese sonido
que detuvo las aguas del olvido.
¿Cómo pudo ocurrir?
¿Dónde fue el donde en que su voluntad
honesta y pura
de celebrarle a ella su hermosura
dejó de ser razón y transformada en magia
se convirtió en poesía?
¿Y en qué momento en sí Cesar Vallejo
metió sus manos en la edad de su prima
como en par de mal revocados sepulcros?
Alguien dijo una vez quiero escribir poemas
pero no tengo ideas
las poesías, amigo, se escriben con palabras.
Está bien, está bien, pero la magia,
el encuentro, el enchastre, del sigiloso silogismo
abandona en un punto la urente telaraña
y confunde la sombra con la niebla
y así sentimos que nos hemos librado de la idea,
del concepto, del conspicuo caer de las palabras,
para elevarnos más allá de ellas,
y convertir los seres y las cosas
en océanicos fondos y umbrales estelares.
Jardín de cielo de celosa fiebre,
humanamente huraño distrayéndose siempre,
descansando en la piedra o en el río,
lugar en que la cosa sucede a la palabra,
se transforma en su abismo
o etérea se evapora, se sale de sí misma.
Hay sitios laterales en cada espera, en cada río,
lugares de otros tiempos en los tiempos
de cada hombre cada mujer que vive
y hay seres muertos alentando en los vivos
en la baldía tierra de Elliot.
El poema se nutre transido de lo eterno.
Mis poemas se regodean en la antigua alegría
porque la muerte, se sabe, siempre nos burlará.
Entonces yo procuro desatender el miedo
y también la tristeza porque no tienen caso
y porque no me gusta que me tomen el pelo.
Entonces yo procuro escalar el poema,
volar en el poema, discernir el acaso.
Irme de tanto llanto, de tanta risa estéril.
Y de la estupidez también adentro del poema,
como dentro de un tren, un barco, un jet, mi bicicleta;
aquella que de niño pedaleaba en silencio.
Amilcar Luis Blanco
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