¿Estabas vos, acaso estabas,
cuando se los llevaban?
Sin firmamento, solos en los carteles,
solos de todo padre, toda madre, sin conciencias.
Solemne soledad de pobladas ausencias,
de fotos de carnés en muros de cuarteles.
Sin firmamento, solos en los carteles,
solos de todo padre, toda madre, sin conciencias.
Solemne soledad de pobladas ausencias,
de fotos de carnés en muros de cuarteles.
Surgidos del fangal de la memoria,
de lugares oscuros porque ellos encendían
la mecha sedicente de la historia;
llegaban ya sin aire y en sofocos a estallidos sin gloria
que alma y carne y su tiempo destruían.
Los metían
en verdes fálcones que eran langostas en las mieses
sin órdenes de jueces.
Como si fuera un juego
ponían sus ideas junto al miedo y la rabia,
junto al agua y el fuego,
mientras los picaneaban, con irónica labia
y se burlaban de ellos lacerando sus egos.
Los sacaban a gritos, a patadas,
del calor y el amor de sus hogares,
de sus vidas novatas ajetreadas
y los llevaban sucios y aterrados
a infecciosos manglares,
a sitios soterrados,
a mazmorras profundas
clandestinas,
inmundas,
y hacia sádicas manos asesinas y a fundas.
Les vendaban los ojos,
les quitaban las ropas,
en las chicas saciaban sus perversos antojos,
y si estaban encinta como si fueran copas
colmadas de futuros en sus latientes venas,
las hacían parir para arrancarles
los hijos, verdes frutos, hacia manos ajenas,
y delirantemente para darles
más allá de sus vientres ofendidos
otras identidades y apellidos.
¿Estuvo alguien, quiénes,
para impedirles tanto daño fiero
poniendo el cuerpo entero?
Tan sólo madres, padres, abuelas,
ofreciendo sus vidas y sus bienes;
el invisible acero
de poleas y bielas,
las de sus corazones sin sostenes.
Amilcar Luis Blanco
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