Músicas de las calles donde anida el silencio
y el sacudirse de hombros, brazos, pies, las tormentas.
Por sus bocas pluviales y en las manos del viento
se atusan y se atizan raudas crines de sombras.
La soledad resbala como flujos de espejos
y después reinará en la madrugada;
emperatriz de todos los adioses
que son sus pretendientes ancestrales.
¿Quién cantaba en la noche, quién cantaba?
¿Quién cargaba en los hombros ese ritmo deshecho,
ese zumbido largo, esa magnolia de aire,
la fugaz transparencia que se preña de ocasos
en tanto los motores reparten sus catarros?
Había una obsolescencia repartiéndose, ahora
una zona de nadie se propaga y la cantan,
ademas de nereidas, transeuntes resueltos,
buhoneros, sabandijas de oscuridades rotas,
e hilvanan zarabandas, unen trinos y llantos
pero también mil charlas
de la hora violeta aludida por Elliot.
Entre los cables paralelos y las copas de los árboles,
los rudos pentagramas que el viento balancea,
las notas, blancas, negras, corcheas,
fusas y semifusas
suenan, trazan compases,
vertiéndose en oídos y páginas de almas.
En la funesta zona de lo negro,
la blanca tumescencia de lunas de neones
pone mercurio en bordes y en horros agujeros,
achispa las malicias y alimenta las ganas.
Hay ternuras abiertas en solapas de abrigos
y zapatos de pobres como esperanzas rotas
colgadas de los cables.
Música de las calles, música de las almas,
surtidores de sueños en todas las esquinas.
Amilcar Luis Blanco ("Paisaje urbano", pintura al oleo de Jeremy Mann)
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