El viento atorbellina
sobre las secas hojas amarillas
su luz de compañía
sus frecuentes nublados.
El aire va poblándose de fríos,
de soplos, de sospechas,
contra las pálidas cortezas
Hay un desperezarse de las ramas.
Un desprenderse de álgidas espumas
Un secarse interior, un contraerse;
un arrugarse azul de nervaduras
Y un sutil violonchelo uniendo el tiempo
atándolo al caerse de la tarde.
En plañideras cuerdas de violines
que acuestan al silencio en la distancia
el aire va infiltrándose de augurios
que amonestan los lirios y las sombras
dentro de los espejos de los lagos.
El viento aumenta su inquietud,
desviste poco a poco árboles en las plazas
y hay cipreses que inclinan su esbeltez
Las mujeres caminan las veredas
tomándose las faldas, los pañuelos,
como si se tratara de recuerdos
y los viejos, detenidos al ras de sus bastones,
escudriñan los restos de horizonte
sienten escalofríos que se cuelan
en los huesos dolidos por los años.
El suelo se levanta polvoroso
pero urente y agudo en los gemires
de las cuerdas que raspan las arduas lejanías.
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