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jueves, 7 de agosto de 2014

EN EL TREN





Hay días, amigo, que voy,
¿cómo decirle? cifrado,
apretado en el tren.
Muy apretado ¡eh!
Y si me siento quedo alcoholizado por el sopor
y cabeceo y pierdo contenidos
como el cáliz de una flor llena de lluvia.

Pasan entre nosotros y los otros
las mismas estaciones.
Estoy viajando afuera
y adentro de mí mismo.
Lo se bien porque sueño y despierto
y se me cae un poco de lluvia con reflejos.

Escuchemé, amigo,
soy un número
junto a otros números
¿Quizá esta cifra que soy contiene todo?
Este estarme apretado, atado,
singular y multitudinario a la vez.
Onírico y vigilante.

El convoy se bambolea
y metido en la muchedumbre
apenas respiro entre todos los que también apenas
pueden llevarse el aire a los pulmones.
Pero si el ojo a las bocas.

Viajamos o caemos.
Hay humos, niebla, voces.
Los vagones traquetean,
en trocha trabajosa traquetean,
mientras nuestros esqueletos nos sostienen la vida
y nuestros cálices vibran a pleno
perdiendo de la lluvia escasas gotas,
pequeñas, como transpiraciones o lágrimas.


¡Que vida! Amigo ¡Que vida!
Vida de hormiga dentro del hormiguero.
De abeja obrera o zángano en el panal.
De número entre otros números.
De costillas, estómagos y ojos sobre rieles.


¿Pero cuándo de hombre?
Con todo lo que eso significa.
O sea, de significación de hombre.
Por fin este lío de hombros y barrigas
nos suelta en el andén del miedo o la desgracia.
En el latifundio de la ilusión.

Y tal vez el irnos sea sólo una creencia
y el universo realmente sea este tren
en el que estamos siempre sacudiéndonos
mojados por la lluvia de nuestros propios sueños.

Amilcar Luis Blanco   (Fragmento de una pintura de Alberto Sughi)

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