¿Quién sabría no decirme, qué cosa?
¿Callar hasta que el silencio se convirtiera en palabra?
Todos penetraríamos a esa catedral
por su nave central.
El cielo se abriría en el preciso momento en que cayéramos en él,
de abajo arriba de arriba abajo
y justo por ese ojo de aguja en el que tantos camellos se lastimaron.
Me enhebro a lo no dicho,
a lo callado.
Soy ese hilo invisible
en cuya longitud se fundieron la lágrima y el hastío
sin producir ya jamás sonido alguno.
Hacer pasar un pasajero tantas veces
por el horizonte de la retina
hasta convertirlo en viaje y para siempre
fue el resultado del enigma que la efigie
resolvió en el desierto para no sentirse sola nunca más,
para poder espiar el infinito.
para poder espiar el infinito.
Yo me sumo a tu cuerpo como una duna a otra duna,
como agua sobre agua me atengo así a tu carne
para sentir la presión, la tensión de tu sangre,
ocupando el volumen total de la vigilia.
Amilcar Luis Blanco ("El progreso del amor", oleo sobre tela de Jean Honoré Fragonard)
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