Un violín,
si se aprieta,
con ojos, con oídos,
mientras lo están ejecutando,
suelta lágrimas,
y despide tristezas y distancias,
además de sonido.
Y si al escucharlo estamos solos
y abrigando un dolor,
las crines de su arco
raspando su cordaje,
lanzan gemidos lánguidos,
abrazan el fuego de nuestra congoja
y lo convierten en lívido horizonte.-
Todo violín da el alma entre sus cuerdas
si el arco con sus crines
se roza en la tensión fiel de sus tripas
y nos da sin silencios que lo aparten
soledades violentas,
soledades amargas,
quejumbrosas.
Y pide hombros, codos y cuellos
que se angulan adrede,
iguales a los gatos cuando tensan sus lomos
para recibir todo el peso de la ansiedad
y los arañazos hostiles de la angustia.
Amilcar Luis Blanco ("El violinista", oleo sobre tela de Manoli Sánchez)
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