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miércoles, 9 de febrero de 2011

Cayéndome

Cayéndome de la lanceada que un silencio
me abre en el costado desde una pesadilla;
ese costado por el cual al nazareno se le habrá ido el mundo
como una bola de dolor rugiente
cuando se arrepintiera de ser el hijo de su padre,
escucho un tango hecho de mi mismo,
de mi costilla fiel hasta perderme,
un tango que dan ganas de llorarlo
o un llanto que uno muere por tanguearlo.
Y a lo lejos revolea el corazón como un pañuelo absurdo.
Y bailo.
Bailo en las orillas de todas las puertas,
entre piernas desnudas de mujeres desnudas,
desde el origen mismo de ese humor metabólico
contra flancos desnudos de mujeres,
tan metido, abrazado, frágil, débil,
muriendo como siempre, ya se sabe.-

2 comentarios:

  1. ¡Huy, qué caída tan mortalmente bella, Amílcar! Sensual y exquisito este poema que es un tango en sí mismo y que me gustaría oír declamado con voz rasgada y música de fondo de bandoneón que suena a piernas desnudas, calzadas con tacones infinitos, sublimando el aire con su eco...

    ¡Ay, cuánto me queda aún por aprender de ti, Maestro!

    Otro beso enorme, con todo mi cariño y admiración. Y disfruta mucho del fin de semana, mi niño.

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  2. Mayte, no se qué decir, cómo agradecerte tu comentario. Ya ves que sos la única que me sigue en estos humores tangueros y melancólicos. No sabés qué bien me hacen estas devoluciones tuyas. T q m, como siempre.

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