¿Por qué mujer, apasionada y tierna,
sufres el terco engaño de la presa en el lazo,
y yaces lacerada de angustia en el acaso
y expones tu candor de luna eterna?
¿Por qué lloras de amor en la fraterna
proximidad del alba y el ocaso
recuerdas compungida a cada paso?
Pierdes pavesas de tu hoguera interna.
El calor está en ti, tu luz te externa,
te hace deseable y viva, perla el raso
que te viste de flor y una cisterna
de sorprendidas aguas torna escaso
el influjo de sombras y gobierna
un promisorio sino sin fracaso.
Amilcar Luis Blanco
Qué hermoso poema, Amílcar querido. Qué hermoso soneto dedicas a esa mujer que siempre es esclava de su propio amor, enamorada del amor mismo, y sufriente víctima de sentimiento tan excelso.
ResponderBorrarMuchos besos, Poeta, y feliz semana!
GRacias, Mayte. La mujer que ama demasiado sufre también demasiado, a veces o siempre podría evitarlo sólo con concentrarse, reflexionar con cierta intensidad y recuperar su ánimo y su libertad.
ResponderBorrarBesos y feliz semana.